Diario de cuarentena: Miércoles 1 de abril de 2020

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Pablo Ariza:

Esta es la primera ocasión en la que tecleo sin ganas este diario. Vayan mis disculpas por adelantado al lector, pero el pesimismo ante la incertidumbre se apodera de mí en ciertos momentos. No sé cuándo voy a volver al Máster. Para eso vine a Bilbao. Y por los pueblos, claro. Situación histórica en este posgrado. Ay, lo de vivir la historia. Las teorías se acumulan en mi cabeza. He llegado a pensar en julio, sí con ‘L’ como fecha para volver a Pintor Losada. Son simples cábalas, cada uno tendrá las suyas. Un martillo en la cabeza que machaca con fuerza a los que estamos lejos de casa y no esperábamos que esto iba para largo. Quizá si no estuviera aquí ‘Relatos en tiempos de pandemia’ no existiría, pero qué largo se va a hacer. Siempre con la duda. Día 1 de abril y se ve a lo lejos el día 11. Seguiremos, claro. Buscando vías de escape. Yo tengo tres: el podcast y ‘Friends’. Por ahora solo cuento dos, sobre la tercera hablaré otro día. Merece más color. Vuelvo mañana con mejor ánimo. No lo duden.

Karen Pinto:

Yo admiro a las personas que constantemente elaboran informaciones sobre tragedias. Las admiro porque tienen un ánimo de plomo. Porque informan sobre muertes, víctimas de tráfico, refugiados… Las admiro porque hablan con las víctimas para que sean escuchadas. Porque son valientes y se exponen a historias desgarradoras. Las admiro porque, a pesar de todo, se recuperan, están de pie y siguen con su vida. Admiro mucho a los periodistas porque creo que también se pueden salvar vidas a través de los medios de comunicación.

Cirilo Dávila:

La muerte de la madre de Miguel Ángel Blanco, Consuelo Garrido, me ha llevado a recordar aquel año que vivimos peligrosamente, 1997, y la conversación que tuvimos. La entrevisté un año después, justo al cumplirse el primer aniversario del asesinato de su hijo a manos de ETA. Aún vivían en Ermua y descolgó el teléfono con una naturalidad solo equiparable a su fortaleza. Me contó muchas cosas. Unas las redacté y otras, al entender que fueron resultado de un íntimo desahogo, aún las conservo como parte del recuerdo en respeto a su memoria.

Era un retrato de madre coraje. Me confesó que aguantaba por la familia, por su marido, Miguel, que vivía por entonces como una sombra de sí mismo. Ella era la viga maestra del hogar. Por eso, he pensado que la muerte hace un mes de Miguel quizás haya marcado este desenlace. Sucede en las parejas que viven como uno solo.

Hoy me he acordado de ella y de todo lo que vivimos aquel verano del 97, con la mayoría de la ciudadanía pidiendo clemencia, los ‘beltzas’ protegiendo las herriko tabernas… Asistí en el barrio Gamonal, en Burgos, a la llegada de Ortega Lara a su casa, tras 532 días secuestrado. Él, como un sonámbulo, y su familia, vestida de domingo, para recibirlo… Un verano que nunca olvidaremos, ni a todas aquellas personas que, como Consuelo, nos mostraron que siempre hay gente buena pese a las bofetadas del destino.

Berta Pontes:

Valladolid. Hoy también ha llovido y mucho más que ayer, será porque ha empezado abril. El día ha sido uno más de tantos y lo único especial que he hecho ha sido probar la cerveza casera que hicimos hace unos días. De sabor no es nada de otro mundo, pero está rica. Al fin y al cabo es cerveza.

Mi madre lleva varios días queriendo que veamos ‘La vida de Brian’ y hoy la han dado en La 2, así que no nos ha quedado más remedio que verla. He de reconocer que nunca la había visto porque no me había llamado la atención y no suelo guiarme por lo que dice la gente acerca de una película. Vale, me ha gustado, pero no me ha hecho tanta gracia como a mis padres. Ellos reían constantemente y yo, a ratos. Mi padre dice que es porque en su época, fue la primera vez que se hacía humor de este tipo y que se burlaban de la Iglesia en el cine. No sé si será porque ahora hemos visto tanto que ya poco puede sorprendernos, pero creo que por ahí van los tiros.

Gorka Seco:

Comenzamos abril con un nuevo reto. Se trata de una Escape Room online en la que nos hemos apuntado los amigos de la ‘kuadrilla’ para algunos ratillos libres del confinamiento. Todos los días sacan una prueba para todos los grupos que se han apuntado en la competición, y el equipo que consiga la respuesta correcta antes de que pasen dos horas desde el inicio, se lleva 10 puntos. Cuanto más tiempo pase, menos puntos puedes conseguir. Y con todos los resultados se va haciendo un ranking.

Creo que puede ser una buena manera de ejercitar la agilidad mental durante estos días de cuarentena, aunque hoy ya ha sido bastante difícil. No se cuánto aguantaré…

Ana Gil:

El coronavirus ha trastocado todas nuestras rutinas. Mi hermano David me cuenta cómo recibe clases de trompeta por Skype. Y allí está Elena, la mediana, delante de la pantalla haciendo sus peinados para las clases de peluquería. ¡Quién nos iba a decir hace unos meses! La verdad que la videollamada más apasionante ha sido con mi madre. Allí estaba yo con mis 22 años hablando de a cuánto está el kilo de naranjas, de mi marca favorita de café o de cómo cocino el arroz. Me hago mayor. Hacer lentejas se ha convertido en toda una aventura. En realidad, esto ya lo hacía. Las pongo a remojo. Nada de bote. Lo sé, soy una señora. Hay cosas que han cambiado con el trascurso de la cuarentena. Hace ya unos días que cambié las comparecencias del Gobierno por capítulos de ‘Friends’. Son mucho más cortos y siempre traen mejores noticias.

Pablo Sáenz:

Con la llegada de abril, la primavera es más que evidente en Bilbao. Las margaritas, los retoños, la brisa, el cielo azul… Todo invita a salir y disfrutar del día. Mientras la nueva estación toca nuestras puertas, nosotros –resignados– nos conformamos con verla llegar a través de la ventana.

El caso es que empiezo a sufrir los primeros efectos secundarios de la cuarentena. He perdido el control de mi estado anímico. Mis emociones son como una ruleta rusa: nunca sé con qué humor voy a despertar o con el que voy a terminar el día. Todo se magnifica. No hay término medio. He olvidado la indiferencia: o me hace feliz o me entristece; o me gusta o me disgusta; o me hace reír o me hace llorar.

Ayer, por ejemplo, tuve mi primer impulso irracional e irrefrenable. Ahora tengo la cabeza rapada como consecuencia. De momento no me he arrepentido. Ya veremos mañana.

Franklyn Amaya:

Salir de la casa por unos minutos en estos tiempos de confinamiento, siempre me genera esa sensación de bienestar. El día de compras es la perfecta excusa para salir a caminar un poco y tomar aire fresco. Nuca me hubiese imaginado que ir al supermercado me iba a motivar tanto, si tan solo hace unas semanas lo hacía por necesidad. Como de costumbre, he preparado la lista de los productos que me hacían falta y me fui para el supermercado. Ya de regreso recordé que tenía una deuda pendiente con el señor de la frutería, quien en una ocasión me dio fiado un repollo porque no me ajustaba el dinero.
Sentí vergüenza, ya que había quedado en hacerle el pago ese mismo día, y les cuento que eso fue la semana pasada, vale más que el señor es tranquilo y no me ha cobrado intereses ¡hahahahahaha!

Laura Tambo:

¡Que nos ha tocado una cesta! Sí señores. Tampoco piensen que es nada del otro mundo: un lomo, un queso, una botella de vino y un salchichón. Pero oye, a caballo regalado. No nos vamos a poner exquisitos. El sorteo ha sido en la frutería de Sole, una mujer encantadora que montó hace apenas unos meses el negocio con su marido. Ahora están embarazados. De una niña. Justo lo que ellos querían. Desde luego brazos para pasearla no le van a faltar porque en el barrio todo el mundo les adora. Y no es para menos. Siempre tienen una sonrisa y un bonito comentario. Son de muy buen corazón. Y eso se nota.
En definitiva, parece que abril no ha empezado nada mal. Solo hace falta que continúe de la misma manera.

Luis Ramírez:

Así como existen días de incertidumbre, también hay días en los que la esperanza revive de entre los muertos. Un pequeño paso, una motivación, un plan a futuro, cualquiera se convierte en combustible para no rendirse. Imaginar los abrazos que vamos a dar, a quiénes se los vamos a dar. No se trata de ponerse una venda en los ojos, sino de sortear a la incertidumbre, capaz de asesinar cualquier pensamiento positivo refugiado en nuestras mentes. Sobreviviremos.

Iván Benito:

Hablo casi todos los días con mi abuela. Ella vive en Moncalvillo de la Sierra, el lugar del que dice que nunca la podremos sacar. Ni siquiera para ir a comer fuera. No hay manera. «Eso es para los ricos». En su casa pasó la postguerra, parió a sus hijos, vivió la Transición y pasará la crisis del coronavirus. Espero… Se siente una afortunada de no haber tenido la necesidad de irse fuera a ganarse el pan, como le gusta decir. «En otro lado ya me hubiera cogido ese mal». Me cuenta que ya ha visto dos días a un corzo pasearse por la plaza y lamenta que no esté allí para sacarle una foto. No para de preguntarme que cuándo voy a ir a verla. No sé qué pensar. Si se la está yendo la cabeza o es su forma de decirme que me echa de menos. A veces hay preguntas que uno no quiere hacer.

Irene Echazarreta:

Logroño. Me da pena la barrera que tenemos entre nosotras. No tengo clara la fecha exacta de cuándo empezó, si fue cuando te marchaste a estudiar Educación Especial a Salamanca –hace ya 12 años– o bien, si comenzó cuando te instalaste en Bilbao. Lo que tengo claro es que ahí está esa distancia interponiéndose entre las dos e impidiendo que podamos disfrutar de momentos inolvidables. Sabes bien que siempre te he dicho que me gustaría solucionar esta cuestión porque resulta complicado –y también triste– acceder a ti de una manera más frecuente por Instagram.

Dices que opinas igual que yo, pero son palabras que se las lleva el viento, faltan hechos para demostrarlo. Solo pido que nos llamemos más. Aún así, sabes de sobra que seguiré apoyándote y encubriéndote si resulta necesario cuando la líes como solo tú sabes hacer. Porque aunque estés ahora mismo a más de 600 kilómetros de distancia y hablemos de vez en cuando, te quiero y lo seguiré haciendo.

Mikel Huerta:

Santurtzi. Si no me fallan los cálculos , día 18 de cuarentena. Y todavía lo que queda, no quiero ni pensarlo. Tengo todas mis esperanzas puestas, por mucho que expertos adviertan de lo contrario, en que el 11 de abril se empiecen a levantar las restricciones de manera paulatina, tomando como ejemplo a China.

Los días siguen siendo iguales. Me despierto cuando el cuerpo me lo pide, un poco de deporte acompañado de series, video llamadas, tareas del Máster y un poco de lectura. He vuelto con Daniel Defoe, que lo había dejado apartado estos últimos días. Por lo demás, pese a que ya van más de 120 contagiados en Santurtzi, la salud sigue firme en mi casa. Así que un día más para tachar. Un día menos para ganar esta lucha.

Fernando González:

Hoy he recibido los libros que me faltaban y ahora si que no tengo pretexto para no leer. Han llegado a mi casa, a través del ascensor debido a la pandemia que nos azota. Fue curioso ver cómo se abrían las puertas y lo único que había dentro era una caja en el suelo, con unas gotas de agua marcadas en el envoltorio de cartón.

He comprado ‘Hiroshima’ de John Hersey y también ‘La trilogía de la noche’ de Elie Weisel. Ambos hablan de la Segunda Guerra Mundial aunque en distintas latitudes y con diferentes ángulos.

En la cocina hoy tocó el turno de una comida muy especial. Se trata de conejo a las finas hierbas, acompañado con arroz blanco, zanahorias, patatas y pimientos rojos. Esta receta aprendí a hacerla hace dos años y solo la preparo en España, ya que en México no hay costumbre de comer conejo y es muy complicado encontrarlo en cualquier supermercado. El conejo es una carne blanca, con poca grasa y con un sabor muy bueno. Si no lo han probado y son carnívoros se lo recomiendo.
Hoy tuve la oportunidad de salir del piso e ir al supermercado, para ir en busca de ciertas cosas que necesitaba para cocinar los próximos días. Las calles lucen vacías y tristes. Es un sentimiento desolador andar por las aceras y no ver vida humana en los alrededores. Ojalá, pronto volvamos a la normalidad. Yo calculo que serán por lo menos tres semanas más, esperemos que así sea.

La despensa está lista y llena para elaborar nuevas recetas. Ahora es el turno de los postres.

P.D.: hoy Luis y Karen, mis compañeros de piso en Bilbao, al parecer desayunaron payaso ya que estaban haciendo bromas desagradables.

¡Saludos!

Oihane Irazu:

Día 18. No sé qué contar ya después de casi veinte días. Todos los días me parecen iguales, intento despertarme lo más tarde posible para que el día se me haga más corto, y lo paso entre Amazon Prime, Netflix y Movistar +.

Solo pienso en el día que empiecen a decir que se puede salir un poco, para irnos a mi casa de Mundaka Mikel y yo a pasar unas semanas hasta que sea posible volver a clase. Cuento los días para ir allí.

Alba Rodríguez:

Deusto. No me suele gustar salir de fiesta, soy una persona muy casera. Cuando salgo es a tomar unas cervezas con los amigos para hablar con ellos, pero la perspectiva de salir un sábado para ir a bailar y a emborracharme a una discoteca hasta las 7 de la mañana suele parecerme aterradora. Es una actividad que no percibo como placentera desde que tenía 19 años, cuando vivía en Madrid. A veces digo que es porque en aquellos dos años que pasé en la capital gasté toda mi ‘energía fiestera’ y que ahora mi hígado tiene que descansar, por eso ya no me gusta desfasar tanto. Sin embargo, ahora que estamos encerrados y que no se puede ni salir a respirar aire fresco, tengo más ganas de fiesta que nunca. Ganas de desfasar, de bailar toda la noche y de no volver a casa «hasta que salga el puto sol», como dicen en la película ‘Project X’. En definitiva, quiero disfrutar de una noche de desenfreno. Tampoco pido tanto, ¿no?

Paula Soroeta:

El otro día nos pasó algo curioso a mis padres y a mí. Habíamos hecho la compra ‘online’ hace varias semanas y nos llegó ayer. Para sorpresa de mis padres había bolsas que no eran nuestras. Llamamos a Eroski pero nos dijeron que nos quedáramos con toda la comida. Esperamos hasta después de cenar para abrirla. Yo pensaba que sería una bolsa de nada, pero no. Empiezo a abrir una bolsa en la que había tres cajas de mantequilla y seis paquetes de queso. Siguiente bolsa: unos langostinos enormes (y buenísimos por cierto). Había más bolsas, por supuesto. Abro otra: tres hamburguesas. Otra más: más hamburguesas y carne picada. Otra más: carne picada. Y la última, ¿adivináis que había? MÁS carne picada efectivamente. Se ve que esa familia tenía ganas de hamburguesas, pero al final somos nosotros los que llevamos dos días cenándolas, y qué buenas están. Menos mal que tenemos la bici estática en casa.

Javier Cuesta:

Estos días me acuerdo mucho de mi familia. La que ya no está. Echo de menos su presencia, su roce, el sonido de su voz… Aunque hayan pasado años desde su marcha la recuerdo como si fuera ayer. Mi abuela, que pronto se fue. No le dije lo suficiente cuánto la quería, ni siquiera sabía cuánto la quería.

¡Ay! La familia, siempre ahí, apoyándote, regañándote, enseñándote… Tan incrustada en tu rutina que apenas puedes imaginar una vida sin ella, pero llega un momento en que te estampas de golpe contra la realidad y todo cambia. Los detalles más absurdos se convierten en recuerdos imborrables de la memoria. Las situaciones más cotidianas te traen un recuerdo casi enterrado en la cabeza. Un día todo cambia y nada vuelve a ser como antes, quedando solo una mezcla de nostalgia y felicidad empañada de una dolorosa tristeza.

Pedro Ontoso:

Esta mañana he salido a buscar comida. Lo digo de esa forma porque no me quito la sensación de ese clima de guerra, no el de las bombas y los combates, sino el de la posguerra que nos han contado nuestros padres y abuelos, que tuvieron que sufrir muchas calamidades. Me vienen a la cabeza las historias que contaba Arturo Pérez-Reverte sobre Sarajevo cuando estaba de reportero en los Balcanes. No hay fuego enemigo, pero el bichito de marras permanece agazapado, invisible, como aquellos siniestros francotiradores que disparaban a la gente que salía a por el pan. Pertrechado con varios pares de guantes y una braga de alta montaña, he cogido el coche y he enfilado hacia Artea, porque es un supermercado muy grande y los clientes ni nos rozamos. El roce hace el cariño, pero en este caso, mejor la distancia social. He tenido que sortear dos controles, uno de la Policía Municipal y otro de la Ertzaintza, pero no me han parado. Yo creo que me han visto pinta de abuelo inofensivo, aunque también ha influido la montaña de bolsas que llevaba en el asiento del copiloto. En Artea lo tienen muy bien organizado. Todos aparcamos en el mismo sitio y entramos por la misma puerta. Luego hay un pasillo distinto para salir para no cruzarnos entre nosotros. He llenado un carro: pescado, carne, legumbres, fruta… y mis añoradas woldamm. Me han dado mucha pena las tiendas de ropa, con todas las colecciones de temporada marchitándose en los escaparates. Cuando esto pase a lo mejor hay unas rebajas de campeonato para dar salida a las prendas. Habrá que contribuir.
Cuando he vuelto a casa me he quitado toda la ropa y me he pegado una ducha, por si acaso. No me había frotado tanto como cuando bajé a la mina de carbón en El Bierzo, hace 35 años. Por cierto, eran de origen vasco, minas de Gaiztarro. Total, casi tres horas de aventura. Otra aventura ha sido montarle a mi mujer una videoconferencia con su grupo de teatro. He descubierto una nueva plataforma, Jitsi Meet, que ha terminado funcionando. Era como tener en el salón de casa a toda la compañía. Son muy majos.

Lo que más ilusión me ha hecho ha sido la llamada de Roseline y Bernard, que durante años han regentado un hotel familiar en Gavarnie, en el Pirineo francés, donde hemos pasado muy buenos ratos junto a la chimenea en la temporada de nieve. Gavarnie es un paraíso, con tres circos alpinos espectaculares, que he recorrido decenas de veces. Si no lo conocéis, os aconsejo una visita, Os va a enamorar. El flechazo está garantizado. Buscadlo en Internet.

César Coca:

Día de trabajo duro. De nueve de la mañana a casi las diez de la noche, con una parada de hora y media para comer y descansar un poco. Me pongo a ver ‘La vida de Brian’ (la había visto, quizá por partes, pero hace mucho) y descubro que apenas esbozo una sonrisa en dos escenas, una de ellas la célebre de ‘qué nos han aportado los romanos’. Creo que el problema no es que la película haya envejecido mal; el problema es mío. Que estoy perdiendo el sentido del humor.

He recordado una escena de hace muchos años. Íbamos de vacaciones con mi hijo mayor (el pequeño no había nacido aún), que acababa de cumplir tres años. Como el viaje era largo, hasta Castellón, le insistimos mucho en que estaríamos todo el día en el coche. Subiendo por Sabino Arana, antes de coger la autovía, con 600 kilómetros por delante, preguntó: «¿Cuándo llegamos?» Pues eso.

Artículo del Diario de cuarentena publicado por los alumnos del Máster de Periodismo 2019-2020 y sus profesores de Producción Informativa.

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