Para Oksana Pohrebennyk, antigua estudiante de la Universidad del País Vasco, fue preferible caminar sin luz entre serpientes antes que seguir con sus estudios presenciales de Publicidad
<<Quiero ser una maga. Viajar, disfrutar de la tierra y de las personas.>> Oksana Pohrebennyk, joven ucraniana de veinticuatro años procedente de Kherson, encontró en la beca Erasmus una alternativa a la vida acomodada que tuvo en su piso de la calle Autonomía de Bilbao. Desterró la ducha caliente por las noches bajo la luna de Indonesia y las aguas de los ríos que atraviesan sus bosques. Volvió a las raíces del ser humano a través del aprendizaje continuo que le proporcionó cada una de las personas que encontró en los “rainbows” (arco iris) y en las comunas y hostales de Latinoamérica, Asia y Europa.
Todo comenzó en septiembre de 2014 en Coimbra, Portugal. La pequeña ciudad universitaria cuenta con personas variopintas procedentes de todo el mundo. En el bullicio de aquellas calles encontró voces que la invitaron a conocer los eventos que organizaban los estudiantes extranjeros. Conoció a sus cuatro compañeros de casa, un gran y modesto hogar que la enamoró, y se aventuró en un estilo de vida más austero. Dio a su vestimenta el mismo espíritu y aprendió a compartir lo que tenía con los que la rodeaban. Los precios de la ciudad no eran elevados y por su dieta vegetariana gastaba poco. Hacía vida local y pronto se zambulló en grupos de creatividad. Organizó charlas, quedadas y pintadas en la calle. Vivía a modo de las conocidas Repúblicas, casas de estudiantes en las que tenían lugar un sinfín de eventos desde cómo financiar una vivienda a falta de trabajo, hasta reuniones culinarias. <<Intentábamos explicar por qué teníamos comida vegana o vegetariana, cuáles eran sus propiedades>>, apunta Oksana. El motivo era lo importante.
En días alternos, organizaban tardes de cine o conciertos con cualquier persona que supiera tocar un instrumento o le apeteciera. Acudían unas cuarenta personas cuando otros eventos cercanos no lo impedían. Coimbra era todo centro y tenía un ajetreo muy distinto al de Bilbao, ciudad que tiene el triple de habitantes. De vuelta a su hogar, se encontró dividida entre la carrera que estaba estudiando, Publicidad, y los valores con los que había estado viviendo los últimos meses.
Sus dudas se disiparon poco después con su marcha a Perú en su cuarto año de carrera. Llegó a Trujillo en el Departamento de la Libertad, un mes antes de empezar las clases. Se topó con un campus universitario con mucha seguridad, <<a veces incluso demasiada. Lo tenían todo muy controlado con cámaras. En Coimbra era mucho más libre la universidad>>, destaca. Visitó la ciudad y, antes de empezar las clases, decidió estudiar a distancia. Puso rumbo a Ecuador, país en el que hizo autoestop por primera vez. Por precaución, ojeó el mapa del móvil para comprobar si estaba yendo en la dirección correcta, algo que sigue haciendo con frecuencia en la actualidad.
En su travesía en solitario acabó acompañada por nuevas personas y experiencias que le dejaron recuerdos plasmados en tatuajes. Uno de ellos es una pequeña serpiente en su pierna derecha, por debajo de la rodilla. Representa aquella vez en Brasil cuando tuvo que caminar <<durante bastantes horas durante la noche en la selva oscura>> y, al final, agradeció <<seguir viva>>. El miedo que sintió en aquel momento y el respeto por aquellas criaturas que la acompañaron sin hacerle daño necesitaban estar plasmados en un homenaje eterno.
Aquel pedacito de historia capturó lo que tiempo después se convertiría en una costumbre gracias a Perú. La experiencia la empujó a dejar de <<hacer lo que se debe hacer y no lo que tú sientes>>, comenta feliz por haber dejado los estudios de Publicidad. Necesitaba hacer caso a lo que llegaba a su corazón y descansar para pensar en sus propias inseguridades. Meditó sobre el miedo a viajar sola y sobre su dificultad para abrirse a nuevas personas de forma genuina, tal como era. Solo el tiempo le permitió disolver parte de esas inseguridades. Todas, menos el miedo a viajar sola. En su última aventura, acabó en Indonesia porque su vuelo a la India se había cancelado. Era el billete más barato que pudo encontrar. Desembarcó sola en la isla de Java, pasó por Lombok y acabó en Bali, conociendo en su paso la armonía con la que conviven las seis religiones oficiales del país.
Proyectos comunitarios
Se relacionó con personas que compartían todo lo que tenían para ayudar a otro ser humano a cambio de gratitud y conoció el plan de reforestación Permacultura. Ayudó a plantar semillas diversas y se alimentó a base de bananos y cocos en las “morning missions” (misiones de mañana) que se organizaban para pescar o recoger la fruta que se había caído de los árboles. Allí conoció a un grupo de mujeres con las que vivió un mes, <<aprendiendo la una de la otra>>, mientras guiaban el proyecto. Dejó de lado el edificio que habían ocupado con la ayuda del alcalde para adentrarse en Couchsurfing, una comunidad online de viajeros para compartir hogar de manera gratuita, y en Workaway, web que acerca a personas que necesitan ayuda en sus granjas o pequeñas empresas con viajeros que estén dispuestos a trabajar a cambio de techo y comida.
Lo hizo siendo consciente de que <<lo más importante no es conseguirlo gratis. Al final, alguien abre su casa, su persona>>. Lo fundamental era compartir, incluso aunque tuviera que comer carne o pescado. Dejó de considerarse vegetariana al comprender que no podía rechazar el plato que le entregaban con tanta ilusión al acogerla en un hogar u otro; no podía ofender a aquellas personas. Muchas veces no sabía lo que comía, solo aceptaba y daba las gracias tanto por la hospitalidad como por los horizontes que le abrían.
En una de las primeras casas en las que se hospedó conoció a la chica del barrio Kota Gede de Yogyakarta que creó un proyecto para ayudar a los niños y niñas a dejar de lado los móviles y las redes sociales. <<Era una persona totalmente distinta a mi, era musulmana, creyente>>, comenta con una sonrisa por haber derribado algunos prejuicios. Vivió unos días en aquel lugar en el que conviven mezquitas con iglesias hindúes antes de volver a Bilbao e independizarse junto con una amiga.
En tierras vascas puso en práctica lo aprendido durante sus viajes, como la forma de tatuar a mímesis de los ancestros que crearon los primeros tatuajes a base de agujas o puntas afiladas. Con cinco tatuajes al mes le es suficiente sobrevivir y costearse la comida y los gastos del apartamento, repartidos entre ella y su compañera de piso. Sin la preocupación del alquiler, el dinero sobrante va destinado a una hucha para futuros viajes. El próximo, Canarias. La esperan una playa, sandalias y unas cuantas trenzas y artículos manufacturados dispuestos para la venta. Ahorrará según la voluntad de cada comprador para continuar con sus viajes y seguir aprendiendo en los “rainbows” que se organizan por doquier en busca de la paz espiritual.