Diario de cuarentena: Lunes 18 de mayo de 2020

diario-cuarentena-coronavirus-espana-17-mayo-2020

Pablo Ariza:

Llevo unos días recibiendo unos mensajes de voz bastante largos en horario búho. Que no por largos quiere decir que no sean amenos. Mi nueva pasión por los ‘podcasts’ hace que analice el contenido de cada audio. ¿Se han dado cuenta que muchos que duran 2 minutos y se pueden resumir en 10 segundos? Otros no, eh. Escuchamos audios de más, eso seguro. Imagino que algún día nos saldrá a devolver a los que enviamos menos. Y a los que los mandan vacíos de contenido, ya saben. Nos van a tener que devolver ese tiempo. Pasa lo mismo con los escritos. Concisión. Si le das muchas vueltas es peor. Por eso he decidido volverme a Bilbao a finales de mayo. Ven: concisión. Voy al titular y ya en la pieza les explico. Aunque no será hoy, porque tengo que dedicar las últimas líneas a esos mensajes con los que empecé el diario. Me transmiten muchas dudas que espero ir poco a poco resolviendo. Ahí solo debo ser acompañante en un camino lleno de piedras que se han ido amontonando durante siglos.

Karen Pinto:

«Ante el acoso del hambre, el peligro del virus pasó a segundo plano y la gente se desentendió de tapabocas, guantes y distancias de seguridad. El propio pastor aceptó resignado que un estómago vacío no razona». Creo que ese texto de Daniel Samper Pizano, un columnista colombiano, resume muy bien la situación actual de varios países. En Chile, Ecuador, Colombia, Brasil… la gente está saliendo a protestar por el hambre. No hay otra explicación, y no hay necesidad de decir alguna otra. Cada país está en distinta fase de la pandemia, algunos en situaciones extremadamente críticas y otros con las cifras de contagios y fallecidos ‘razonables’. Pero todos suman a millones de personas que están sufriendo en el confinamiento porque viven del día a día, de la informalidad, del trabajo diario: si no salen a trabajar no comen, así de simple y complejo. Pese al peligro del virus la gente sale a protestar: ¿qué más les da morir por coronavirus, si igual pueden morir de hambre? Hoy he leído también sobre el genocidio de los indígenas en Brasil y se me han saltado las lágrimas. Así está el mundo. Han bastado meses para que se deshaga todo lo que estaba hecho a medias.

En cuanto a mí, tengo la sensación de que mi confinamiento no ha sido para tanto. De hecho, creo que, en parte, ha sido mejor en comparación de lo que viene por afrontar: una situación anormal, sin bailes, abrazos o besos; sin confianza. Eso es peor. Y no sabemos hasta cuándo estaremos así. Finalizando mi cuarentena –al menos oficialmente–, debo decir que no me ha disgustado; al contrario, estos días me han servido para mejorar. Después de todo, se han pasado rápido, pero los he aprovechado y me quedo con una sensación de satisfacción, y a la vez con algo de nostalgia porque ni siquiera una cuarentena de más de dos meses ha conseguido que mi tiempo transcurra más despacio.

Cirilo Dávila:

Al principio del confinamiento recibí el mensaje de Sebas, un antiguo compañero en el ‘Diario de Ibiza’, y nos citamos para cuando esto acabara. Hoy me he propuesto llamarle sin falta esta semana. Tengo curiosidad por saber cómo se ha vivido esta pandemia en la isla y, de paso, saber qué ha sido de mis antiguos compañeros.

Fue solo un año el que estuve por esos lares, pero intenso. Una interinidad cosida al traje caqui del servicio militar. Siempre me he llevado mal con la sensación de estar perdiendo el tiempo. Así que a la mínima oportunidad que tuve, no paré hasta conseguir hacer de aquella estancia obligada un tramo más en el aprendizaje de este oficio. Total, que por la mañana cuadraba los partes en el cuartel y por la tarde trabajaba en un periódico en el que se respiraba ambiente familiar.

Supuso un choque emocional encontrarme con gente sana, noble, pero que apenas sabía leer y escribir. A medida que fuimos conociéndonos, me brindé a escribirles las cartas a sus novias y en las respuestas ellas siempre celebraban lo finos que se habían vuelto sus chicos en el acuartelamiento. En lugar de embrutecerse, se habían reeducado con el valor patrio, debieron pensar, y eso que evité toda pincelada churrigueresca.

De otro lado, sentí despertar el sentido de pertenencia que siempre llega cuando uno está desplazado. Me sorprendía ver cómo me ilusionaba leer los periódicos que me llegaban de Bilbao con una semana de retraso. Habían perdido brillo informativo, pero mostraban un poso emocional. Supongo que será algo parecido a lo que experimentarán quienes en el año 2070 abran la cápsula del tiempo que los dueños de la bodega Viteri han llenado con periódicos de estos días. Leerán el relato de la pandemia y, sin vivirlo, se emocionarán por tanta gente que quedó atrás.

Berta Pontes:

Valladolid. Poder ir al parque canino me da la vida. Allí, mientras Ónix no para de hacer el bestia, yo me dedico a hablar y conocer gente nueva. La verdad es que siempre veía como raros a quienes se llevaban bien por el simple hecho de tener un perro, pero es cierto. Descubres gente afín con la que compartes el amor por los animales, que ya es bastante. Hoy había, al menos, 25 perros. Ha venido hasta la Policía, alguien habrá llamado, pero no nos han dicho nada porque entre humanos había distancia de sobra. Lo que me faltaba, saltarme las normas ahora, que nos queda una semana para (supuestamente) pasar a la ansiada fase 1 e irme a mi pueblo a disfrutar del patio y las flores.

Gorka Seco:

Darko Peric. Quizá con ese nombre no le conozca tanta gente. Igual les suena más ‘Helsinki’. Sí, el de ‘La Casa de Papel’. Ese hombre me ha sorprendido muchísimo y ha roto con los prejuicios que teje nuestra sociedad generalista. Y casualmente no nos ha unido (de forma directa) la serie, que tan famoso le ha hecho a él y que actualmente es conocida en muchísimas partes del mundo, sino su amor por el baloncesto.

Ya había oído y visto alguna cosa sobre él, cuando hace unos días apareció en un programa de baloncesto que suelo seguir, Colgados del Aro, y me pareció una persona super interesante de conocer. Evidentemente, Peric fue invitado al programa por su fama en ‘La Casa de Papel’. Él es serbio, de la escuela balcánica. Pero también un trotamundos. Ha vivido en Rumanía, Alemania, Serbia y España. No sé si en algún territorio más… Pero lo que me ha hecho conocerle mucho más es, en parte, su amor por el basket.

Ana Gil:

Menudo cacao mental. Hace mucho que me empecé a interesar por el feminismo. Tendría como unos 14 años. En todo este tiempo, he avanzado en este camino y he conseguido percibir nuevas formas de opresión. Ser feminista es difícil, escuece, y hace que las cosas sean mucho más complicadas que la aparente simplicidad. He estado leyendo y buscando respuestas a algunas contradicciones que merodeaban por mi cabeza. Después de tres días con el monotema, puedo decir que ya he aclarado mis dudas. No solo hay que ponerse las gafas moradas, también hay que graduarlas. Las desigualdades y opresiones se manifiestan de formas diferentes, pasan inadvertidas, pero allí están. Solo hace falta mirar. Por fin, he quedado con mi amiga María, compañera en este camino desde hace ya cuatro años. El feminismo fue nuestro punto de encuentro. He podido intercambiar posturas y hablar sobre mis reflexiones y dudas. El escozor siempre es menor de la mano de las compañeras.

Pablo Sáenz:

En los bancos de la iglesia de El Buen Suceso de Argüelles –en Madrid– encontraba mis momentos de paz, reflexión, oración… y lo más importante: momentos de silencio. A veces solía ir con mi buena amiga Ana Zarzalejos. Qué tardes aquellas. Cómo las echo de menos. Comenzaban con un paseo por Alberto Aguilera, y continuaban con una parada en nuestra librería favorita en Bilbao, después llegaba nuestro imprescindible: el café en Tim Hortons frente a Icade. Finalmente, la tarde concluía con una misa en el Buen Suceso o en la pequeña iglesia que hay escondida en Princesa 33. En esas misas de silencio solía observar la facilidad con la que Ana se abstraía de toda distracción para sumergirse en sí misma y divagar por sus inquietudes y pensamientos. Ahora mismo eso es todo lo que necesito: poder abstraerme con tanta facilidad para pensar con claridad.

Franklyn Amaya:

Ha sido un día bastante entretenido, he salido a realizar unas compras, no al supermercado que queda a 500 metros de mi casa, en esta ocasión fue a un locutorio en Abando, en la búsqueda de algunos producto latinos que bastante falta me estaban haciendo. Obviamente no iba a desaprovechar la oportunidad de darme un pequeño paseo a la orilla de la ría, así como lo solía hacer hace algunos meses cuando vivía en Deusto.

Laura Tambo:

Después de dos largos meses he vuelto al centro de Bilbao. Estaba tal y como lo recordaba. Claro, que tampoco era muy difícil no olvidarse en sesenta días de las calles que más has transitado en tu ciudad. De lo contario, tendríamos un problema. El buen tiempo acompañaba, así que el tramo hasta la Gran Vía se me ha hecho francamente corto. Aprovechando que estaba por la zona, y después de terminar las gestiones que tenía pendientes, me he decidido a entrar en algunas tiendas de ropa para echar un vistazo y, de paso, para ver si caía algo. Mientras esperaba mi turno en la cola, se ha acercado una mujer para hacerme una pequeña entrevista. Resulta que era una compañera de El Correo en busca de algún testimonio para su noticia. ¡Qué casualidad! Por supuesto, he accedido a responder a sus preguntas encantada. Faltaría más.

Luis Ramírez:

Lo confieso: ya no me lavo las manos con tanta frecuencia como lo hacía antes. Ese impulso que me daba a cada rato de quitarme el coronavirus de las palmas. También me he sorprendido a mí mismo en media faena con el jabón haciendo una versión exprés del lavado recomendado. He tenido que concentrarme, comenzar de nuevo y cantar cumpleaños. A lo que he recurrido más es al alcohol en gel, que no es el arma más infalible, pero alivia a este ser hipocondríaco en su abstinencia. Hacer esta confesión pública es el primer paso. Permiso, que me voy a ir a lavar las manos porque lo que se ha ido extinguiendo es la responsabilidad social, el bichillo ese seguirá con nosotros.

Iván Benito:

Me ha llamado la atención que un colegio de Copenhague ha decidido volver a las clases, pero no en el colegio. ¡En el estadio de fútbol! Yo no sé si podría concentrarme. En el paseo de esta tarde he acudido al Plantío, el estadio del Burgos. Seguía igual que lo dejé. Una mezcla entre modernidad y clasicismo inglés, la parte que a mí más me gusta. Recuerdo con nostalgia cómo estuve encerrado en su vetusta tribuna durante cinco días. Mi encierro no fue total, porque mi padre, en su papel de padre, me llevaba a casa a dormir. Tenía 10 años y mi club agonizaba. El presidente pegó la espantada y los socios pusimos así la primera piedra de la salvación. Luego lo que hubo que poner fue el dinero. Por esto, entre otras cosas, no entiendo cómo muchos aficionados reclaman a sus clubs el dinero por lo partidos que no disfrutaran, al menos desde la grada. Mañana, si no hay novedades, os cuento el día que más lloré de mi vida y que tiene relación con este encierro.

Irene Echazarreta:

Logroño. Me resulta llamativa la realidad que vivimos durante estos días. Calles llenas de ancianos. Algún que otro paseante. Dueños jugando con sus perros en los parques. Carreteras con algún que otro coche desenfrenado. Algún que otro ciclista despistado. Todos con un gesto diferente en el rostro y en el cuerpo, mediante el que desprendían una cierta dosis de felicidad. Como si todo hubiese cambiado. Como si por fin esta pesadilla hubiese terminado. Como si hubiésemos exterminado al virus. Lamentablemente, no. Continuamos con la batalla del coronavirus. Todavía no lo hemos vencido, pero lo haremos. Estamos más cerca que nunca y eso se refleja en nuestro ánimo. O, al menos, eso parece. Será cosa del buen tiempo.

Mikel Huerta:

Santurtzi. Hoy ha tocado día de despedida en la cuadrilla. Uno de mis mejores amigos se despedía de nosotros y pone rumbo a Cartagena a trabajar en una refinería. Por lo menos es de lo suyo y por muy rápido que haya sido el proceso de tan solo una semana, no están las cosas como para rechazar oportunidades. Yo, por mi parte, también me he despedido porque después de tanto tiempo y ganas ya podemos ir Oihane y yo legalmente a Mundaka. Iremos mañana y sabemos que no son unas vacaciones, por eso de que a medida que pase el tiempo más ritmo cogeremos en el Máster, pero es la mejor manera de pasar el tiempo libre. En casa desde luego que no me han puesto ninguna pega, todo lo contrario, solo les falta ponerme un lacito y mandarme como regalo. Y eso que la cuarentena ha servido para depurar más la relación padres-hijo. Sin duda ahora tenemos mucha más confianza. Y eso que ellos han llevado una vida casi igual, laboralmente hablando, durante todo el confinamiento. Pero hemos aprovechado más esos ratos que teníamos juntos para conectar más. Sin duda, la nueva relación que tengo con mis aitas es lo mejor que me llevo de esta época.

Fernando González:

Este día lo he dedicado en gran medida a terminar los pendientes que tengo en el tema laboral y académico. Ahora son menos, espero poder liberarme dentro de poco.

Hemos empezado a empacar distintas cosas, en dos semanas toca cambiar a un nuevo piso, en el cual se espera que se pueda iniciar una nueva historia. Las mudanzas son pesadas, el año pasado me tocó hacerla y es jodido. Pero siempre se hacen con la mejor actitud y en busca de nuevas experiencias.

Al parecer el whatsapp que circuló el domingo avisando que, ese día era el último de aplausos no ha llegado a Pamplona. Decenas de personas se acercaron a los balcones en punto de las 20 horas a dar unos merecidos aplausos a los sanitarios.
Igual mi tierra me recibe en una semana. Cruzo los dedos para que se pueda y tenga suerte.

Oihane Irazu:

«Busca alguna terraza mientras bajo». Esta ha sido la respuesta de Javi al decirle que estoy en su portal, y la evidencia de que el confinamiento nos podrá haber cambiado en todos los sentidos, pero a Javi en la puntualidad no. 25 minutos ha tardado. Pero ya estoy acostumbrada. Él es así. Y llegará tarde hasta en el día de su boda. Todavía me acuerdo el primer día lectivo del Máster, cuando llegó 5-10 minutos tarde, y pensé: «Con este me voy a llevar bien». Y hasta hoy. Parece que nos conocemos desde hace 10 años.

No sé si volveremos algún día a ‘la clase grande’, pero si no volvemos echaré de menos nuestra esquina. El día que nos separaron por hablar, como si estuviéramos en cuarto de Primaria (lamentable), el comentario que animaba las clases por la tarde de «cuando salgamos tomamos algo, ¿no?», las horas y horas que hemos pasado en esa esquina de atrás los cuatro (Javi, Mikel, Alba y yo). No todo han sido risas, los debates intensitos, la pereza de por la mañana, los días malos… Lo que viene siendo una rutina. Una rutina que echabas de más pero que cuando se termina, acabas echando de menos.

Alba Rodríguez:

Deusto. Bendito sea el sol que está haciendo estos días. Que dure todo lo que queda de encierro por favor. Con tan buen tiempo la terraza se ha convertido en mi nuevo salón. Desayunar y comer en la terraza, leer un libro, tumbarse a escuchar música o sacar una cerveza y hablar con mis compañeras. Es el paraíso. Hoy Elena ha conseguido algo que llevaba queriendo hacer desde hacía semanas: me ha cortado el pelo. Estaba harta de tenerlo tan largo (me estreso enseguida si empieza a tocarme los hombros, me molesta) y llevaba casi tres meses sin cortármelo. Elena, que ya ha metido tijera a su melena dos veces durante el encierro, no solo me ha quitado unos tres dedos de largura, sino que además me lo ha ‘estilizado’ y me lo ha ondulado, como ella suele hacer con su propio pelo. Al parecer le ha gustado tanto el resultado (a mí también, que conste) que me ha hecho un ‘photobook’ en la terraza aprovechando el buen tiempo. Terraza, nuevo corte de pelo y buen tiempo. Un día bastante redondo.

Paula Soroeta:

Continuamos con la resaca emocional. Nos siguen llegando felicitaciones por el homenaje publicado ayer a las víctimas del coronavirus. Qué gusto cuando el trabajo da su fruto y qué bien se siente una cuando consigue emocionar y llegar al lector. Objetivo cumplido.

Javier Cuesta:

Oihane, no he llegado tarde. Aunque te encante acusarme de ello, sabes perfectamente que te he dicho que bajaría para las 8. Si apareces 7 y media no es mi culpa. Te quiero, pero si yo tengo un problema con el parchís, tú con estar en la calle. Relajarse de vez en cuando en el sofá, te prometo, no es un crimen, Zara seguirá abierto mañana. Pero bueno, hoy venía a decirte otra cosa, que te voy a echar de menos. Ya no sé con quién voy a darme los paseítos de las ocho o esperar cuatro horas a que una mesa se quede libre. Vuelve pronto, amiga.

Pedro Ontoso:

El lehendakari Urkullu ha anunciado hoy que las elecciones serán el 12 de julio, lo que anticipa un verano caliente y no precisamente por el calor. Tengo que reconocer que la noticia me ha dejado frío y no ha despertado en mi un especial interés. Es una sensación nueva. Antes de la pandemia estaba muy politizado, pero durante el confinamiento me he ido desencantado y he empezado a ser infiel a la política. Estoy muy decepcionado con las posiciones de unos partidos que no han estado a la altura y que se han inventado polémicas artificiales. La política es gestión, nada que ver con el navajeo y el comercio fenicio que hemos presenciado. También es protección de la ciudadanía y, sin embargo, una parte se ha sentido y sufrido como en el matadero. Estoy muy cabreado. Lo digo con pena porque tengo un buen puñado de amigos que son políticos. En lo que ellos denominan nueva normalización tendríamos que obligarles a llevar mascarilla de por vida, que en su caso actuaría como tapabocas. ¡Lo que nos queda por oír! Durante la cuarentena, apenas he leído cosas de política. Me he centrado en asuntos de sanidad, antropología, teología o filosofía. En gente que tiene algo que aportar. Ahora, cuando escucho a algunos políticos hablar, me acuerdo de una frase que decía: «Espera lo mejor, pero prepárate para lo peor».

César Coca:

Empiezo a acostumbrarme a ir con mascarilla. A veces se me empañan las gafas y tengo que quitármelas, pero no me vendrá mal habituarme a respirar con esa protección ante el panorama que nos anuncian: la obligatoriedad de llevarla en cualquier espacio cerrado e incluso en la calle si no hay forma de mantener dos metros de distancia con otras personas. Es decir, en casi cualquier lugar en las horas de paseo.

Hace no tanto tiempo mirábamos a los orientales (en general, chinos o japoneses) cuando los veíamos pasear por la calle con la mascarilla puesta. O recordamos a Michael Jackson, que en eso fue un pionero. El 8 de marzo, en un paseo a media tarde, esperando que llegara la hora del concierto de Joaquín Achúcarro en la clausura del Musika-Música, vi a un par de chicas por la Gran Vía con mascarillas. Orientales (las chicas), por supuesto. Por un segundo pensé en si no tendríamos que usarlas todos algún día, pero rápidamente deseché la idea. Qué error.

Artículo del Diario de cuarentena publicado por los alumnos del Máster de Periodismo 2019-2020 y sus profesores de Producción Informativa.