Pablo Ariza

A mi abuelo Miguel le han cerrado su kiosko en Málaga. ¡Ay, si es que no ganamos para disgustos! Yo me quedo más tranquilo si se queda en casa, pero entiendo que al hombre le han robado cuatro horas de lectura. Con esto del COVID-19 nos ha dado a Luis, el compañero tico que también escribe aquí, y a mí por crear un proyecto que sale el viernes 20. Relatos en tiempos de pandemia. Quizá te haya venido a la mente algo de ‘tiempos del cólera’. A lo que iba, que se me acaban las líneas. Ayer madrugué para ver qué se sentía al entrar en el supermercado de los primeros, el octavo más bien. Nada, ni un aplauso, eso sí, yo a las 8 de la tarde me harto de aplaudir desde el balcón. Hala, otra vez sin espacio suficiente.

Karen Pinto

Voy a escribir sobre un problema que me ha fastidiado durante estos cinco días de confinamiento, y que merece todas las líneas de este corto texto. Primero, debo decir que soy friolera, suelo tener las manos frías, pero la actividad física diaria me calienta el cuerpo, y, ciertamente, eso no solía ser un problema. Hasta ahora. No logro dormir bien porque cada que me acuesto estoy con los pies congelados, y me paso horas frotándome las piernas y acurrucándome como un bebé para calentarme. Por más que encienda la calefacción, o utilice triple par de calcetines de algodón y hasta zapatillas, no puedo evitar tener los pies como dos paletas. Más de una vez, he estado a punto de ir a la habitación de mi compañero de piso, Luis –el costarricense más encantador que he conocido–, a meterme entre sus sábanas, poner mis pies en su espalda desnuda y quedarme así un buen rato. Aunque no sé si a él le haría mucha gracia que le clave dos bloques de hielo en medio de la noche. Pero, como esto siga así, me va a importar tres cojones la incómoda situación… y me atreveré. Si bien, antes de recurrir a esa opción desesperada, voy a agotar todas las alternativas que estén a mi alcance: ahora mismo me he pegado como una mosca al radiador que está cerca de la parte inferior de mi cama, y ya son casi las dos de la mañana. No sé cómo evolucionará este tema los siguientes días, pero hay algo que sí tengo muy claro: nada calienta más que el contacto humano.

Cirilo Dávila

Mi casa parece un campus de la UNED. A primera hora se abren las clases virtuales y cada mochuelo a su ordenador.

Se dan clases a varios grupos de Secundaria. Hay de todo porque también son variadas sus circunstancias. En otra habitación, el ingeniero resuelve tareas que me resultan jeroglíficos. Intenta explicármelo, pero ni el santo Job, venerado por su paciencia, llegaría a entenderlo con mis limitaciones. Cerrada a cal y canto, la sanitaria desgasta codos con los mamotretos de Medicina. Me corrige términos cuando hablo del bichito en cuestión (Covid-19) y sonríe cuando yerro.

Así andamos estos días de confinamiento en esta UNED, con un cuadrante para el uso del ordenador principal. Es en las comidas, cerradas ya las sesiones, cuando volvemos al monotema de estos días en nuestras vidas. Resulta curioso, coincidimos, que soñemos con llegar a Marte y olvidemos lo vulnerables que somos en la Tierra.

Berta Pontes

Hoy he madrugado sin despertador y he aprovechado para limpiar los cristales. Ayer medio nevó en Valladolid y estaban sucios, pero ha vuelto a llover y mañana puede que los limpie otra vez. Y así con todo. Tengo tanto tiempo que puedo hacer de todo todos los días. Mi hermana y yo hemos decidido que vamos a poner música por la ventana cada tarde y hoy dos vecinas se han asomado a saludar y bailar con nosotras.

El mejor momento del día es cuando me toca bajar a Ónix (nos turnamos, somos cuatro). No me he cruzado con nadie y él miraba hacia los lados buscando un movimiento que no ha encontrado. No hay ni palomas, cosa que, por primera vez, me incomoda.

Gorka Seco

Sexto día de encierro en casa. A ratos resulta un tanto surrealista la situación de tener que estar así, es un tanto extraño, pero la realidad es la que es. Tras el desayuno, la mañana la he dedicado a hacer deporte y alguna prueba para el audiovisual del TFM. Después de comer he revivido una película que ví hace algunos años, ‘Contratiempo’, y que en su día ya me gustó mucho; la manera en la que está hecha, cómo utiliza los espacios temporales y el final. Ese final…

Y entre tanto, alguna pregunta… ¿Cuánto tiempo más nos espera en cuarentena? Esa duda que me aflora y de resultado tan variable. Tan enigmática y que solo el tiempo podrá aclarar.

Ana Gil

Miro por la ventana y veo a varias personas con mascarilla y guantes. Tres señoras hablan a un metro de distancia en un corro. Apenas se oye nada. La gente se acumula en la puerta del supermercado esperando a que abra. Podría ser un capítulo de un universo distópico como ‘Black Mirror’, pero no, es Bilbao. Y no solo Bilbao, es todo un país, un mundo enfrentándose a un mismo enemigo: el coronavirus. Estamos a 17 de marzo y ya tenemos claro que será la palabra que más escuchemos este año. Quedará en nuestra mente grabada. Lejos quedan las primeras semanas de diciembre en la que se diagnosticaban los primeros casos en China. Una pesadilla lejana que se ha convertido en el tráiler de la película en la que parece que estamos sumergidos. Muchas dudas y muy poco espacio para expresarlo todo.

Pablo Sáenz

La ventana hoy no me dice nada nuevo. La escena es la misma que ayer: la calle vacía, el parque desierto, los bares cerrados y los autobuses, sin pasajeros, parecen conducirse solos. Es el escenario de una ciudad fantasma, como si Bilbao estuviera desierta tras un éxodo sometido y forzoso. Encuentro el movimiento que andaba buscando en las ventanas de mis vecinos. ¡Hay vida! Les observo en sus hogares. Parece que cada ventana quiere contar su historia, pero esto lo dejo para otro día, hoy no he podido escucharlas.
Como decía: una ciudad silenciosa. En estos días, irónicamente, el ruido se concentra dentro, en los hogares, y no en las calles. Supongo que en nuestras cabezas pasa algo similar, sobre todo si estás solo. Es por ello que mi cabeza no deja de conversar consigo misma. Hay demasiado ruido aquí dentro. Necesito distraerme. Veré qué puedo hacer. Por cierto, ¡feliz Día de San Patricio!

Franklyn Amaya

Una mañana igual que las demás, levantarme y ver las noticias en la televisión ya es como algo religioso en mi vida, y más en este tiempo de confinamiento, cuando también estoy pendiente por redes sociales de lo que ocurre en Honduras. Un día para implementar algunos platos que mi madre me cocina, tengo una vaga idea de cómo elaborarlos, por lo cual recurro a un tutorial de YouTube que termina siendo mi guía. Desde que se inició el estado de alarma fue la primera vez que sentí un poco de estrés por no salir a correr, actividad que siempre me ayuda a sentirme tranquilo. Recurrí a algunos ejercicios en casa, pero nunca es lo mismo.

Laura Tambo

Amanece otro día en Bilbao. Zumo de naranja y una tostada para desayunar. Mientras, periódico en mano. No hay que perder las buenas costumbres. Hoy me apetece adentrarme en un libro de poemas, alguno de todos los que guardo en la estantería. Quiero algo nuevo, así que me decido por uno de los regalos de cumpleaños que aún no había estrenado. ‘Piel de letra’, de Laura Escanes. Como dice uno de sus versos: «Busquemos un lugar aleatorio. Perdámonos». Y eso es exactamente lo que quiero hacer yo entre sus letras. La tarde parece que se hace más larga, así que un poquito de ejercicio para mover el cuerpo (lo agradeceremos cuando nos subamos al peso después de la cuarentena) y serie en familia.

Luis Ramírez

La tía Rosario me pregunta si estoy bien, el tío Alejandro me recuerda que debo lavarme las manos (como si pudiese librar de mi agenda una de las pocas actividades que tengo durante el día), y con mami nos reímos de tonterías, me cuenta cuántos grillos se ha comido mi gato durante la mañana y también que decidieron cancelar la fiesta de 15 años de mi hermana, a quien en el fondo escucho furiosa. Allá en Costa Rica ya son 50 los casos confirmados de coronavirus, que parecen poquitos frente a los más de 11.000 en España, pero aquí viven 46 millones de habitantes, que parecen muchos frente a los 5 millones de ticos. Lo bueno es que la pandemia me atrapó con un teléfono en mano que me permite escuchar a las tías preguntándome cómo me siento, a los tíos recordándome sobre mi higiene y a mami riendo, todo ello con un océano de por medio.

Iván Benito

A mediodía leo en el ‘Diario de Burgos’ la muerte de dos ancianos de Moncalvillo. Lo sabía desde el domingo, pero ver a mi pueblo en las noticias siempre me ha impresionado, es algo inusual. Hilaria y Tomás eran un matrimonio que emigró en pleno éxodo rural a Igualada, la primera localidad confinada por el coronavirus. Fueron dos entre los cientos que se marcharon y ahora únicamente quedan 50 durante todo el año. Mi abuela y 49 más. Hago una videollamada a mi tía y la veo llorar. Llora de miedo, pero también de alivio. Nos ve bien y eso la tranquiliza. Pero se corta la conexión. Internet y mi pueblo no se llevan bien, pero ya habrá momento para reivindicar. El virus pasará y Moncalvillo seguirá en pie.

Irene Echazarreta

Aprovechando que tengo tiempo para disfrutar de las cosas que me gustan hacer, en este tercer día de confinamiento he comenzado con la lectura del ‘Diario del año de la peste’, de Daniel Defoe y, según avanzaba línea a línea, no he podido evitar comparar la situación vivida en el siglo XVII con la que tenemos ahora. Parece mentira que ya hayan pasado cuatro siglos y que sigamos reaccionando de la misma manera a las crisis y a las epidemias sanitarias. Y es que, claro, poca broma con esto, porque el número de contagiados y de fallecidos por coronavirus no para de incrementarse de una manera terrorífica.

De hecho, incluso en mi casa, mi padre reacciona con pánico cuando le decimos que ya toca bajar la basura. No sé si su preocupación es tanto porque nos pueda pasar algo a nosotras (que es lo más probable) o porque él forma parte del grupo de riesgo. De cualquier manera, la responsabilidad es nuestra y, por supuesto, guardamos toda la precaución posible del mundo. Eso sí, papá, por si me lees, créeme que cuidamos más de ti que de nosotras mismas.

Mikel Huerta

Hoy me he despertado antes de lo que me gustaría. Parece que el cuerpo todavía recuerda la rutina. Normal. Mi cabeza tampoco le encuentra explicación a esta situación. Eso sí, el ritmo de vida ha cambiado. Intento dedicarle más tiempo a cada actividad que hago ya que estamos en una época en el que el tiempo no apremia. La mañana la he dedicado a recoger el cuarto, empezar a elaborar los ejercicios pendientes y como no, la ansiada salida a la calle en busca de ‘nuestro pan de cada día’.

La siesta, la Play Station  y el ejercicio físico se están convirtiendo en la mejor manera de amenizar las tardes. Siendo sincero, algunas horas pasan más lentas que otras. Y para acabar el día intento distraerme mediante un libro o una película. Mi lista de películas pendientes es amplia. Hoy me he visto ‘Aves de presa’. Ahora que el tiempo me lo permite habrá  que aprovechar. Ya saben ‘cuando una puerta se cierra…

Fernando González

Sigo sin poder salir a la calle a dar una vuelta por el coronavirus. Los días comienzan a hacerse largos y pesados. Por su parte, las películas y series avanzan rápidamente. Lo que sí  se puede agradecer de estar encerrado es el esmero para preparar las distintas comidas del día. Además de dialogar de temas interesantes con las personas con las que me mantengo  la cuarentena. Antes de dormir hemos visto una película en Netflix, que tensó el ambiente y la noche: ‘La trinchera infinita’. La recomiendo, aunque considero que es un poco larga. El segundo libro que inicié durante el encierro ya está por terminarse y estoy en la tarea de buscar otros.

Oihane Irazu

Día 3 de encierro completo. Después de despertarme para enviar trabajos del Máster, me he puesto a escribir el reportaje para el trabajo del que hablaba ayer –siempre con ‘Aída’, ‘Gym Tonic’ y ‘La que se avecina’ de fondo en la televisión de mi habitación–. Me he propuesto no informarme durante toda la mañana del tema del coronavirus para no saturarme desde tan pronto.

La tarde ha sido un poco lo mismo; trabajar y acabar la temporada de ‘Élite’. Eso sí, esta reclusión a mí personalmente me hace ir a la nevera aun sin tener hambre, algo habrá que hacer para no saturar el gimnasio cuando todo esto acabe. Que acabará aunque no lo parezca. Los ánimos mejor que ayer, pero mi gata ya está harta de mí.

Alba Rodríguez

Hoy ha sido la primera salida a la calle. Quién me iba a decir hace unos días que bajar la basura sería la actividad más esperada del día. Antes en el piso nos peleábamos por ver a quién le tocaba y ahora aquí estamos, bajando entre las tres para poder respirar aire fresco. Creo que nos ha sentado bien, a mí por lo menos sé que sí. Mi madre sigue llamando para decirme que vuelva a Cantabria, que están preocupados por mí. Ya le he dicho que no, que sería una irresponsabilidad teniendo en cuenta los pocos casos que hay allí, pero no da su brazo a torcer. Supongo que ya sé por qué soy tan testaruda, he salido a ella.

También he llorado por primera vez, pero no de tristeza, sino de risa. Mis compañeras de piso y yo hemos dedicado la tarde a hacer un vídeo bailando al son de la banda sonora de La ‘Familia Addams’. Todo un espectáculo, vaya. Espero que los que hayan visto el vídeo se hayan reído tanto como nosotras haciéndolo. De verdad que mis compañeras están siendo un gran apoyo ahora mismo, así que creo que a partir de ahora lo menos que se merecen es tener su nombre escrito en este diario: Elena y Ana, gracias.

Paula Soroeta

Nada interesante en el día de hoy. Me he levantado y he estado leyendo un libro de Agatha Cristie, ‘El misterioso señor Brown’. Después he comido con mi aita. Por la tarde he estado viendo capítulos de ‘Sex Education’ y otra vez me he puesto a leer. Para salir un poco del mundo tecnológico he hecho un poco de bici. Hora de cenar, algún capítulo más y a dormir.

Javier Cuesta

Otro día más. Estamos a martes y parece que haya pasado una semana desde que dejé de pisar la calle. Las horas pasan mientras ayudo a mi madre con la comida, la mañana se acaba rápido y pronto me encuentro en el sofá disfrutando de una película junto a la familia.
La tarde se hace cuesta arriba y solo jugar a las cartas con mi hermano ayuda a sobrellevarla. La rutina ya está establecida ¿Cuánto tardará en ahogarme?

Artículo del Diario de cuarentena publicado por los alumnos del Máster de Periodismo 2019-2020 y sus profesores de Producción Informativa.

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