Pablo Ariza:
Es el primer día de cuarentena que no doy un paso más allá del jardín. Un jardín modesto en Lagunetxea, que nadie se altere. Vaya, que no he bajado al barrio. Ah, antes de que se me olvide, escribo desde Deusto, que el profesor Ontoso quiere que lo contemos. Apáñeselas usted con mi madre, porque a ella no le hace mucha gracia que su hijo pequeño esté en la otra punta del país. Siete horas estuvimos ayer reunidos Luis y yo, para el que le interese cómo va el proyecto. Aún no hay relatos, ni tiempos, pero tenemos pandemia. Y quizá un podcast. A ver, ¿era necesaria la intervención del rey? Yo solo pienso en la de Simón. Mañana escribiré sobre mi abuela Paca, que no me va a leer, pero sus vídeos me alegran la cuarentena.
Karen Pinto:
Las rutinas se han roto. Los fines de semana se confunden con los días de trabajo. El ritmo de las manecillas del reloj ya no tiene sentido y mi cuadriculada cotidianidad se ha diluido como una pintura de Van Gogh. Ahora mi agenda está en blanco, y sin embargo hago tantas cosas que el día se me pasa muy rápido. Hoy he hablado con un amigo de la India durante horas, hace cuatro meses que no lo hacíamos. Me dijo (y luego lo constaté) que allí solo hay 143 casos y tres muertos por coronavirus, para mi sorpresa. Le hablé de la situación en España y luego empezamos con la política, ojalá no hubiésemos tocado ese tema. En medio de la conversación, una frase suya me atravesó como una espada: «I like Donald Trump». Me dejó anonadada, pero recuperé el aliento rápido y discutimos más a fondo; entre información, datos y frases le dije: «Sorry, Sanky, but Trump is a fucking stupid guy». Conforme continuó la conversación, la tensión bajó y finalizamos riéndonos, como siempre. Seguramente lo voy a llamar en estos días para practicar mi inglés y exprimir al máximo mi tiempo, como al medio limón que tengo en la encimera de la cocina, lo estoy apurando gota a gota por evitar salir a comprar.
Cirilo Dávila:
Aún tengo remordimientos, pero por causas ajenas a mi voluntad. El cumpleaños de mis hijos nos cogió en pleno confinamiento y faltó la tarta que exige el guión. Y digo cumpleaños porque ser padre de mellizos te descoloca (los dos primeros años estás ‘out’), pero también recompensa. Las celebraciones, por ejemplo, salen al precio del 2×1. Una oferta tentadora. Para remediar lo de la tarta, intenté en vano ir al súper. El bichito acecha, me disuadieron. Total, otro añadido en esta anomalía que nos toca vivir.
Hoy he ido al hipermercado de Basauri. Algo que antes resultaba peregrino de contar, ahora resulta curioso. Incluso diría que estimulante. Una especie de viaje iniciático a lo desconocido. Vas cargado de bolsas, con guantes enfundados, alcohol para friegas y un vademécum de consejos varios. En el sopor del encierro, este desplazamiento resulta una chispa en esta vida casi monacal.
Regresé entero, creo, y la despensa goza ahora de sus mejores días de esplendor. Hemos llevado comida a Isabel, mi suegra, un cielo de mujer, que nunca pide y siempre da. Cuenta que no pasó este trance ni en la posguerra. Ahora, sin embargo, teme por lo desconocido, por su vida.
Berta Pontes:
Valladolid. Hoy me he levantado cansada, habré dormido mal. No es fácil compartir una cama de 190x110cm con un perro de 35kg. Sobre las 4 de la mañana Ónix decide venir a hacerme compañía. Sabe que algo pasa; dicen que los animales lo notan y él se da cuenta de que no estamos como siempre, que tiene demasiada compañía. Pero lo que no sabe es que es él el que en realidad nos acompaña y hace más ameno este encierro, además de sacarnos a pasear a los humanos que vivimos con él. Se han invertido los papeles en casa.
Lo que más agradezco en estos momentos es estar cerca de mi familia y que entre nosotros haya tan buen ambiente. Creo que Ónix piensa que estamos demasiado tiempo juntos, pero le gusta porque no se separa. No sé cuánto durará esto, pero estoy segura de algo: si seguimos con esta buena energía no va a ir tan mal. ¡Ánimo a todas!
Gorka Seco:
Etxebarri. Hoy he podido salir a la calle unos minutos. He tenido que ir al supermercado a por algunas provisiones para seguir con la cuarentena. Ya sé que muchas personas se están haciendo eco de lo que a continuación voy a narrar, pero creo que es lo más indispensable de contar en el diario de hoy. Las calles poseen un abarrotado silencio. Muy poca gente. Bares cerrados (como se ha ordenado). Y la gran parte de la gente tratando de defenderse del coronavirus con mascarillas, guantes… Muy pocas veces he visto el pueblo en los últimos años tan abandonado. Matizo ‘en los últimos años’ porque Etxebarri hace 10 o 15 años no era lo que es hoy en día.
Por lo demás he seguido realizando algunas tareas del Máster y también algo de deporte, entre otras cuestiones.
Ana Gil:
Hoy hablaba con mi prima por teléfono. Ella es una de las más de 14.000 personas infectadas por coronavirus en España. Lleva desde el lunes pasado aislada. A ella el coronavirus le pilló en casa ajena, con un par de pijamas y sin ningún síntoma. «Algo que veía tan lejos y lo tengo dentro de casa», me decía. Pero ella es una afortunada. Tiene 30 años y está sana. Su mayor problema es salir de ese delirio en el que dice encontrarse. A veces parece que nos quejamos por gusto. Solo unas semanas en casa para sacar adelante un país y sobre todo, a su gente. Estos días me vienen a la cabeza los cientos de familias que están perdiendo a sus seres queridos. Nunca he sido muy patriótica, pero ojalá después de esto pueda decir que siento orgullo de un país que se moviliza –se paraliza mejor dicho– y sale adelante.
Pablo Sáenz:
Las ventanas de mis vecinos cuentan sus historias. Sus cristales guardan algo íntimo y exhibicionista a la vez. Soy testigo de sus escenas mundanas, como también protagonista del relato que narra mi propia ventana. No puedo evitar sentirme como Jeff en ‘La Ventana Indiscreta’. Confinamiento al estilo Hitchcock.
La familia del 5º del número 16 sale a aplaudir cada tarde a las 20 horas, vuvuzelas incluídas. En la cena, el aita engaña al pequeño de la casa con aviones que son cucharas. También está, un piso abajo, mi vecino ‘el gamer’. Robusto, greñudo y barba desaliñada, este joven sobrevive rodeado de pantallas. Vive en tres o cuatro videojuegos a la vez y solo se asoma al mundo real a través de su ventana. Hay muchas historias para tan poco espacio.
No puedo evitar preguntarme: ¿qué historia contará mi ventana? Me la imagino: «El chaval bebe vino en cada cena, lee libros sentado frente al ordenador, habla solo y baila arrítmicamente por toda la casa como si no hubiera un mañana. Todo lo hace solo. Nos observa demasiado, es un poco extraño… ¡Policía!»
Franklyn Amaya:
«El amor en tiempos de coronavirus» fue una de las frases que mi novia dijo mientras conversábamos mediante llamada, recordando muchos momentos que compartimos, entre estos cuando nos conocimos en junio del 2017 en la Universidad. La diferencia de horarios siempre suele ser un problema para hablar largo y tendido por los diferentes compromisos que tenemos, casi siempre lo hacemos una vez los fines de semana. Sin embargo, estos días de confinamiento nos ha permitido tener más tiempo, ya que el Gobierno de Honduras decretó el toque de queda en todo el país, ante la amenaza que representa el virus. En la conversación recordábamos que nuestra primera cita fue en una pista de tartán, ambos compartimos ese gusto por correr, lamento mucho que no lo podamos hacer en estos días de crisis, pues siempre ha sido una ruta de escape cuando nos invade el estrés.
Laura Tambo:
Levanto la persiana y miro por la ventana. Hay una larguísima cola para entrar en la farmacia que tengo debajo de mi casa. Seguramente no hay más gente de lo normal, pero el metro de distancia que tienen que mantener entre ellos la hace interminable. Rosa me ve desde su balcón y me saluda. Está bien, pero puedo ver la preocupación en sus ojos. Le sonrío, y creo que solo con eso sabe todo lo que le quiero transmitir. No necesitamos más. Me he levantado feliz y eso se nota. Por eso, no hay que perder la oportunidad ni la energía que se tiene en estas ocasiones. Decido hacer limpieza de todos los armarios de mi cuarto. Después de tres horas hay tanto espacio libre en ellos que casi no los reconozco. ¡Pero qué satisfacción!
Luis Ramírez:
Hoy desayuné gallo pinto mientras acompañaba a Nati y a su insomnio que la desvelaba a siete husos horarios de distancia. Pablo y yo intentamos desafiar a los tiempos muertos propios del encierro maquinando la manera de liberar los relatos que queremos contar. Amanecí con 70 mensajes de Ana, Fer y Vero hablando de un artefacto para hacer jugos, de los que ofrecen en esos programas de ventas por televisión, y me encontré ilusionado leyendo detenidamente cada una de las palabras para no perderme los chistes internos a futuro. Y en medio, más chats de amigos y familiares. Para ser honesto, he sostenido más conversaciones recientemente que en uno de aquellos días pretéritos sin pandemia. Y para tranquilidad de todos ellos, yo sigo bien, a veces preocupado, a veces no, pero bien.
Iván Benito:
El confinamiento es duro, pero peor sería estar contagiado en el hospital. Con el tiempo, creo que he aprendido a ver algo de luz en cada situación. Y esta, también la tiene. Hacía muchos años que no pasaba ratos libres con mi hermana. Siempre lo hemos pasado bien, incluso la tarde que la saqué el hombro. Lo recordamos entre risas y agradecemos esas terapias que pasé de niño para controlar mi hiperactividad. Me tenían encerrado en la habitación leyendo, haciendo puzles, sopas de letras, sudokus. Aprendí a concentrarme y marcarme retos. Esta tarde me he marcado otro: que mi madre aprenda a usar el ordenador. Mi perseverancia vs mi paciencia. Que no me borre nada.
Irene Echazarreta:
Logroño. Este cuarto día me ha costado más lo normal. Las horas pasan y no hago más que echarte de menos. Creo que lo mismo le ha sucedido a mamá, que según he mencionado tu nombre ha sonreído con tristeza y ha pronunciado las palabras que muchas otras veces le he escuchado decir cuando hablábamos de ti: «Es uno más de la familia y te cuida como nadie».
Por supuesto que eres uno más. Yo diría que significas muchísimo más. Y es que, para mí, tú eres vida. Por eso, y porque te extraño de más, seguiré imaginando que nos encontramos de sorpresa como una casualidad cualquiera y que nos abrazamos mucho y fuerte, muy muy fuerte. Porque de recuerdos y de sueños también se vive.
Mikel Huerta:
Día complicado el de hoy. Cuarto día de confinamiento y la impaciencia asoma. Por suerte, a medida que han pasado las horas, el pesimismo que me ha despertado ha ido diluyéndose. Hoy he decidido tomarme el día para mí. He desayunado, tal como advierte el dicho, como un rey. Y he bajado a por el pan en busca de aire en la medida de lo establecido. Y para casa a comer que hoy ha habido alubias de la amatxu.
La tarde no ha diferido mucho de las anteriores cuatro. Y empieza el momento en el que se empiezan a echar en falta en ocasiones cosas que incluso te saturaban hace dos semanas. El aplauso de las 8 se vuelve vital y una cita a la que no se puede faltar. Y la cacerolada de las 9 ha sido, sin ninguna duda, lo más emocionante del día. Mañana día de familia. Necesario. Espero que todos tengáis un grandísimo día y ¡mucho ánimo!
Fernando González:
Fue un día diferente en la cuarentena. El viaje a México que tenía planeado para dentro de dos días tuve que cancelarlo, era lo más prudente para evitar posibles contagios en mi país. Será mucho tiempo sin estar con mi familia.
Acondicionamos el balcón del piso para que sea cómodo y poder tomar aire fresco y que sea otra estancia. Limpieza del balcón, un par de sillas, un mueble y a disfrutar del poco sol que nos regaló Pamplona este día. Un clima fresco, con un viento que congelaba, pero tiempo agradable para tomar un par de cervezas en la terraza.
Comienza mi preocupación por la crisis del coronavirus en México. La moneda nacional se desploma a mínimos históricos. Cada día aumentan más los casos de contagiados y en mi círculo cercano hay posibles infectados por un viaje que realizaron en días pasados.
Así mismo el Presidente del país no hace nada para evitar un mayor número de contagios y su equipo tampoco. En México el coronavirus golpeará muy fuerte y no estamos preparados para algo así y mucho menos con un presidente de papel.
Oihane Irazu:
Día cuarto de encierro. Ha sido un día de reflexión. De pensar en lo poco que valoramos la normalidad. De pensar en aquella tarde de hace dos semanas que me dio pereza salir y me quedé en casa durmiendo. Qué tonta fui. De pensar en lo poco que valoramos la rutina, lo poco que valoramos casi todo. Qué ganas de volver a la normalidad. Aparte de las casi dos horas de videollamada con la persona más especial que tengo –y la posterior reflexión de lo duro que es echar de menos–, lo más interesante del día se ha convertido en la cacerolada al rey con mi aitite desde el balcón. A sus casi 80 años le tiene menos aprecio al rey que yo a la Real Sociedad, que ya es decir. Y qué orgullo.
Alba Rodríguez:
Deusto, Bilbao. El yoga no es lo mío. Es la primera vez que lo hago en mi vida y creo que será la última. Mi compañera Elena y yo nos estábamos atrofiando un poco de no hacer nada y decidimos probar un tutorial de YouTube. Mala idea. El café de las seis por Skype con los amigos sigue en pie, creo que es lo más constante que hemos sido nunca, y vino cargado con una noticia: una de mis amigas tiene paperas. En plena pandemia mundial de coronavirus ella va y se pone enferma, pero de otra cosa. Gracias a la cuarentena también hemos descubierto los balcones. En mi piso hay dos, pero nunca salíamos a ellos hasta ahora y nuestros vecinos tampoco. Solían ser sitios bastante desoladores donde la gente salía a fumar o donde se colgaba alguna bandera, pero esa era toda su función. Ahora, resulta que el balcón es una plaza pública en porciones; y todos los balcones sumados se convierten en la voz de la comunidad, con sus aplausos y sus conciertos nocturnos. Es curioso, ahora que nos mandan aislarnos descubrimos que tenemos vecinos y estamos siendo más sociales que nunca. Supongo que será por llevar la contraria.
Paula Soroeta:
Javier Cuesta:
Por fin. Tras casi cuatro días de encierro, he pisado la calle por primera vez. Ha sido la experiencia más emocionante en lo que va de semana (en la vida pensé decir esto) y, sinceramente, me ha alegrado la jornada. El gran silencio que hay ahí fuera choca con el recuerdo que mantengo en mi mente, pero el haber podido sentir el viento mientras me abrochaba bien el abrigo me ha hecho, sencillamente, feliz. Y caminar, ¿Quién me iba a decir que echaría tanto de menos un acto tan ordinario?
Es inevitable que, durante estos días, el dicho ‘no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes’ se me venga a la cabeza. Pero, ¿quién se esperaría perder algo tan básico? Sí, todavía sigo asimilando toda esta situación y no paro de acordarme de que no han transcurrido ni cuatro días, cuatro. El futuro me abruma, lo lleva haciendo desde que fui consciente de lo que se nos venía encima. Todo esto parece sacado de una película, aunque todavía ando averiguando a qué género pertenece.
Pedro Ontoso:
Carmen, la señora que me surte de verduras (tomates y pimientos en verano; calabaza, acelgas y puerros en invierno), siempre me contesta lo mismo cuando le saludo y le pregunto que tal va todo: «Amanece, que no es poco», me dice. Hoy me he levantado muy pronto para ver amanecer. Me siento un privilegiado porque desde mi casa se ve el mar, y la playa de Arrigunaga. Me calma observar cómo las olas acarician la arena, una y otra vez. Estoy deseando hacer un ‘face time’ con mis nietos, confinados en Madrid. Laia, que va a cumplir diez meses, y Mario, que ya tiene casi cinco. Es el mejor momento del día. No me importaría estar cinco horas con Mario, ni diez, ni veinte. Ni todo un día. ¡Que pena! Niños, la esperanza. Y de los viejos, ¿quien se acuerda? Muchos mueren solos en las residencias de ancianos y en los hospitales, sin el cariño de los suyos cuando más lo necesitan. El atardecer, con los últimos rayos de sol cabalgando sobre las olas, me devuelve la paz. Y el trabajo de unos operarios levantando, como cada primavera, el txiringuito de la playa. Por si todo cambia. ¡Ojalá!
César Coca:
Tengo la facilidad de poder concentrarme en las peores condiciones. Por ejemplo, en una Redacción en la que medio centenar largo de personas pueden estar hablando, riendo o gritando los goles del Athletic. Hoy apenas estábamos una docena de compañeros en ese espacio que ahora parece mucho más grande y el silencio casi absoluto me ha impedido centrarme en lo que debía hacer. Me he visto lento y disperso.
A lo largo de mis años en el periodismo, que ya son unos cuantos, he tenido varias veces la sensación de estar viviendo días históricos. La tengo ahora, igualmente, con una diferencia: no sé cuántos van a ser.
Me consuelo pensando en aquel cuento chino al que se refería la escritora Blanca Busquets: un emperador llamó a los mayores sabios del país para que pensaran en una frase que pudiera usarse en cualquier situación. Tras muchas deliberaciones, le propusieron una de solo tres palabras: «También esto pasará». Pues eso.