Pablo Ariza:
Me agarro al clavo de pensar que la salida masiva de gente estaba prevista por el comité de expertos. Les prometo que arde. Quién iba a esperar que todo el mundo saldría a la calle si había vía libre para hacerlo. ¡Vivimos en un país de ‘runners’! Qué rabia da ver a la gente, supongo que los menos, siendo tan imprudentes cuando hemos superado los 25.000 muertos en España. Se dice pronto. Los sanitarios piden prudencia, pero la gente ya está en la calle. El clavo, Pablo, agárrate al clavo. Las prisas no son buenas consejeras. Será por refranes, pero al final llevamos repitiendo semanas lo mismo, responsabilidad individual. Me apetecía escribir sobre tres libros que tengo encima de la mesa todo el día –no significa que los esté devorando a la vez–: ‘Con la Biblia y la Parabellum’ del profesor Ontoso, al que tanta ilusión le hizo que llegara hasta Antequera; ‘Neoliberalismo sexual: el mito de la libre elección’, recomendado por Zaratiegui; y el ‘Manifiesto comunista’, siempre pendiente. Quédate en casa, ya tendremos tiempo de salir.
Karen Pinto:
Cuando todo esto empezó, como todos, me imaginaba gran parte de lo que se avecinaba. Lo hablaba con mi familia y amigos, y advertimos que iba a venir una crisis brutal, que golpearía a todos. Pero, llegado el momento, es como si no hubiese advertido nada. Como si no hubiese sabido lo que iba a pasar. Y como si cada día surgiera de la nada alguna desgracia. Aquí estoy, sorprendiéndome a diario por todo lo que veo; recibiendo pésimas noticias, enterándome de despidos masivos en universidades, escuchando historias desgarradoras… Supongo que nadie está preparado para esto. Espero que las noticias buenas lleguen muy pronto.
Cirilo Dávila:
En una ocasión, entrevistando a un traumatólogo, me comentó que el día con más trabajo que tenía en el hospital eran los domingos. «El síndrome de los domingueros», me dijo a modo de chanza. Se refería a quienes, con una vida más o menos sedentaria, al séptimo día se vestían de corto para entregarse a la práctica deportiva en busca de un tiempo que ya fue pasado. En resumen: las urgencias de los hospitales, me decía, se llenaban de esguinces, fracturas, hombros dislocados… Pocos federados y la mayoría, aficionados de un día.
He pensado en ello este sábado, primer día de desconfinamiento en el que se ha permitido la práctica deportiva. Afortunadamente, hemos empezado por deportes individuales. Nada de estrategia en equipo y cerveza final. He terminado con cierto dolor de cervicales de tanto saludar a amigos y extraños con los que me cruzaba en el camino. La norma no escrita en ciclismo es saludarnos, ya sean conocidos o extraños, salvo algún avinagrado, que de todo hay.
Al final del día me han pasado vídeos de cómo en ciertos lugares este ‘descorche’ inicial ha derivado en hora punta, sin respetarse distancias y respirando unos casi encima de otros. No hay habido contacto, pero se ha visto a mucha gente necesitada de cariño porque parecía buscarse el roce.
En una entrevista reciente, el pintor Antonio López, al ser preguntado si pensaba que de esta pandemia saldrá una sociedad mejor, pronosticaba un cuadro de horizonte gris con su firma hiperrealista: «No, no creo que cambiemos porque el hombre no sabe escuchar». Pues eso. Que no aprendemos ni en carne propia. Y si no, mirad el cierre de las instalaciones de Ifema, en Madrid. Otra antología del disparate en este país.
Berta Pontes:
Valladolid. Se ha podido salir a pasear de 6 a 10 y de 20 a 23h. No me había propuesto madrugar y no lo he hecho, pero por la tarde sí me apetecía salir y he estado algo más en la calle con Ónix. Es cierto que había mucha gente, como es normal, pero en general he visto que todos respetábamos las distancias de seguridad. Me he alegrado al ver que hemos sido cívicos y se ha podido disfrutar de un agradable paseo. El tiempo acompañaba. Por la mañana estaba nublado pero, a medida que ha ido avanzando la tarde, se ha ido despejando. Las nubes grises han dejado paso a nubes blancas, como si fuesen algodones de azúcar. Y luego, nada. Ese inmenso cielo azul intenso que me recuerda a las tardes de verano en Pesquera.
Gorka Seco:
Tengo la sensación que en este nuevo mes nos aventuraremos por un nuevo camino en esta odisea en la que se ha convertido la pandemia. Quizá el horizonte dejará de ser tan plano como lo ha sido hasta el momento. Da la apariencia que poco a poco las medidas tienen consecuencias y el Gobierno permitirá paulatinamente más prácticas al aire libre. No sé hasta qué punto pueden llegar a ser precipitadas. Pero no quiero dedicar este diario a valorar eso.
Quizá no esté necesitado en salir a la calle, creo que mis ganas abarcan en mayor medida el ámbito social y el poder estar con aquellas personas que valoro. Evidentemente, soy consciente que no será en un futuro muy cercano. Pero no siento una necesidad especial de salir a pasear en soledad.
Ana Gil:
Ir a correr ha sido un intento frustrado. Se suponía que iba a ser un día lleno de alegría y se ha convertido en un cóctel de frustración, ansiedad y miedo. A las 20:20 he salido de mi casa. Ingenua de mí por salir justo después de los aplausos. Creo que literalmente todo Bilbao ha optado por esa hora. He asomado la pata a la ría siendo consciente de que tendría que cambiar mi ruta. Pero no me esperaba eso. Nunca había visto semejante aglomeración, no se podía ni andar. Diez metros de seguridad decían que había que mantener. Ja. Desde la manzana de enfrente miraba incrédula. No podía creer lo que veía. Ni he cruzado el paso de cebra. Desde allí he huido mientras la ansiedad y una sensación de no vivir ese momento se apoderaban de mí.
De verdad, he sentido pánico y mi cuerpo ha empezado a reaccionar como una presa perseguida por su devorador. Mi ritmo cardiaco ha aumentado, el rojo ha sido el protagonista de mi cara y el corazón me iba a mil. He acabado paseando por Deusto, mi barrio de acogida, con las aceras repletas de gente. He estado 30 minutos en la calle y ni tan siquiera lo he disfrutado. Lección aprendida: el próximo día saldré más tarde de las 22:00.
Pablo Sáenz:
‘Vida nueva’ rezaba una pintada en la puerta de una cochera de Basurto. Mis deportivas han vuelto a pisar con apetito el pavimento de las calles. Un paseo entorpecido por la aglomeración y unos minutos de deporte truncados por mi decadente forma física. Con la idea de alejarme de la masa potencialmente peligrosa, he subido a las colinas que rodean el barrio de Masustegi. Una panorámica de Bilbao me ha acompañado mientras jadeaba como perro sediento en lo alto del cerro. ‘Vida nueva’. Se me ha quedado grabado en la retina. No dejo de darle vueltas. La novedad despierta nuestra curiosidad y yo ya quiero saber qué o cómo será esa ‘nueva vida’ o ‘nueva normalidad’ de la que tanto se habla últimamente. ¿Tendremos que volver a normalizar el toser o estornudar en público sin que nadie nos vea como una amenaza mortal? Tengo más preguntas al respecto pero creo son pocos los que saben qué se está cociendo en esta olla.
Franklyn Amaya:
Qué satisfactorio ha sido después de tanto tiempo poder salir libremente a estirar y hacer un poco de ejercicio; qué falta me hacía. He retomado la misma rutina de siempre, los estiramientos previos, para luego someterme a 45 minutos de carrera continua, claro, no al mismo ritmo que lo solía hacer antes, pues la inactividad me recordó que lo debía hacer más despacio, mientras comienzo a recuperar la condición física. Hacer ejercicio en esta ocasión tuvo un ingrediente particular, ya que mientras lo hacía se podían escuchar los cientos de aplausos de personas en los edificios aledaños al lugar, reconociendo la gran labor que cumplen los sanitarios en la lucha contra el virus, en algún momento también me he sumado a esos aplausos mientras recorría el trayecto.
Laura Tambo:
Primer día de paseo que nos ha regalado este maldito confinamiento. Qué felicidad. Aunque el Parque Etxebarria parecía la misma Gran Vía de Bilbao en pleno sábado de Navidad. Nunca, exceptuando los días que permanecen montadas las barracas en Aste Nagusia (la Semana Grande del botxo para aquellos que no conozcan tan bien la ciudad) había visto tanta aglomeración de gente allí. Pero lo más emocionante de todo no ha sido el paseo vespertino a una temperatura de lo más agradable, sino disfrutar de la compañía de Oihane. Es extraño mantener la distancia de seguridad con esas personas a las que les darías un abrazo. Eso es exactamente lo que me ha pasado con ella. Supongo que todo es cuestión de acostumbrarse, o de tiempo. O de las dos cosas. Mientras, nos contentamos con las charlas y la presencia de la otra persona a la distancia permitida. Y no nos podemos quejar.
Luis Ramírez:
Hoy volví a sentir el incendio en mis entrañas cuando vi de nuevo la señal del metro de Berlín. Esa U vigía en lo alto, ese nombre a la entrada que me hacía sentir ajeno, ese mapa convertido en un manglar frente a mis ojos. Y la ausencia de paz, también ardía en el pecho. En mi cabeza se daba una batalla entre el consuelo y la culpa por haber perdido mi pasaporte de camino al aeropuerto. ¿Qué voy a hacer ahora? Llorar para intentar apagar las llamas. Después de superar esta experiencia, me había convencido a mí mismo de que no habían quedado secuelas, pero, al volver a ver las calles de Berlín a través de una serie, las quemaduras volvieron a escocer. No quiero guardarle rencor a una de las ciudades que siempre soñé con visitar, pero jamás imaginé que estas cenizas volverían a prenderse como por combustión espontánea. Tendré que acostumbrarme a guardarlas en una urna como si de un antepasado se tratara. En cualquier momento alguna chispa se avivará de nuevo.
Iván Benito:
No llevaba dos minutos en pie y ya percibía un aroma distinto. Madre y hermana desprendían adrenalina. La primera se había encontrado con una de sus mejores amigas del pueblo y ya han hecho planes para el primer fin de semana que puedan ir. La segunda ya había salido a correr y no dejaba de sonreír. Eran felices. Y me la han contagiado. Pienso que no estamos tan mal; tenemos salud. Y por la tarde llegaría mi turno. Solo tenía un objetivo: no ser el peor peinado de la calle. No sé si lo he logrado, pero me he sentido muy a gusto corriendo. La música de los balcones motivaba y recordaba tiempos festivos. El tiempo suma, otros restan. Lo raro es que hasta me ha gustado ver a gente que me cae mal.
Irene Echazarreta:
Logroño. Hoy quiero hablaros de uno de los mejores momentos de mi vida, si no es el que mejor. Hoy hace cinco años que More llegó a nuestra familia. Desde entonces, han sido muchos los buenos –pero también malos– los momentos que he pasado con ella, pero antes de profundizar en alguno de ellos quiero contaros cómo fue la primera toma de contacto con ella. Tengo que reconocer que vino cuando estaba a punto de dejar de montar, pero no lo hice gracias a ella.
Todo ocurrió cuando yo estaba en segundo de Bachiller, justo en plena clase de Matemáticas. Recibí un WhatsApp de mi entrenador que decía que el próximo sábado iba a traer una ‘máquina’, cuyo nombre era Morenita. Solo me dijo que venía de Irún y que me iba a gustar. Esperé impaciente a que llegase el día y subí a la hípica con mis padres. Estaba ansiosa porque me fuese bien y, sobre todo, por obtener el visto bueno de mis padres. En concreto, de mi aita, que es comercial y siempre acierta cuando le quieren vender algo, tanto en buen como en mal estado. La cuestión es que le gustó. Le entró por el ojo. Y a mi madre y a mí también, por supuesto. Ambas estábamos encantadas. Nos fuimos de allí con la sensación de que no iba a ser la última vez que estuviésemos con ella. Acertamos. Ya van cinco años que llevamos juntos. Y los que quedan.
Mikel Huerta:
Santurtzi. El ruido ha vuelto. Después de un largo descanso, el sonido ambiente de las calles recordaba al de antes del coronavirus. Gritos, conversaciones, murmullos,… algo que antes producía estrés, ahora emana alegría. Por fin hemos podido salir de casa sin un motivo, sin un propósito, solo a pasear. Casi como antes. Un pedacito de normalidad después de más de un mes y medio confinados, aunque todavía falte mucho para volver a lo que un día fue. Y de verdad que a mí me ha emocionado. Pero como antes os decía, a ver a qué precio. Porque el riesgo al que nos hemos expuesto es muy alto. Además de las aglomeraciones que se han dado en las calles de los municipios (en Santurtzi, las calles mayores y zonas de paseo estaban repletas), las recomendaciones de Sanidad parecen haber quedado en un segundo plano. Tan solo un porcentaje bajísimo de la gente que me he cruzado estaba utilizando guantes o mascarilla. Algo de lo que en unas semanas puede que nos arrepintamos. Prueba de fuego la de hoy de cara a la vida del Covid19, ya que, siendo sinceros, si no se produce un rebrote no será por el buen comportamiento de la sociedad. Pero en algún momento tenía que darse esta situación. Era inevitable. Por mi parte, ya estoy contando las horas que faltan hasta las 20h de mañana para poder volver a sentirme libre. Y es que aunque solo sea un pedacito libertad, después de 48 días, esta se ha vuelto el bien más preciado.
Fernando González:
Tras más de 50 días encerrado he vuelto a sentirme un poco libre. A lo largo de este confinamiento pocos días sufrí el estar en el piso todo el día. Para mi desgracia, el supermercado, carnicería, verdulería y la basura estaban a unos cuantos metros de casa. Lo más lejano era el súper y está a escasos 65 metros del portal de mi casa.
Este primer paseo fue muy bueno, lo hice acompañado de mi pareja y estuvimos poco más de una hora recorriendo los parques y calles de Pamplona. Volver a sentirme libre y sentir el viento fresco en mi rostro fue maravilloso. Echo mucho de menos el sol y por los horarios creo que seguiré sin disfrutarlo. La Ciudadela de Pamplona se asemejaba a un día de fiestas de San Fermín, por la cantidad de personas que desfilaban por sus jardines. Por la hierba, por el circuito peatonal, por la ruta de bicicletas. Por donde fueras te encontrabas un congestionamiento humano. Es bueno volver a recorrer las calles. Hay que hacerlo con responsabilidad y cuidar las distancias, aunque en ciertos lugares esto es imposible.
Oihane Irazu:
Hoy me arrepentiré de haber andado dos horas por el parque Etxebarria, pero ha merecido la pena. Por fin he visto una cara diferente; de casualidad me he encontrado a Laura y hemos paseado durante dos horas por nuestro maravilloso parque. Las agujetas de mañana ya os las cuento mañana. Y para colmo, llego a casa y leo que a partir del 11 están permitidas las reuniones de 10 personas en casa o al aire libre, y que las terrazas amplían su reducción inicial de un 30% a un 50%.
Ojalá los datos de esta próxima semana sigan siendo favorables y el día 11 volvamos todos a vivir. Este paseo ha sido un chute de energía. Quién me diría a mí que estaría dos horas andando por un parque que llevo teniendo al lado de casa 20 años. Y que pocas veces lo he apreciado. También, ver a Laura en persona ha sido como un shock muy guay. Un reencuentro muy guay y muy casual. Mañana más y mejor.
Alba Rodríguez:
Deusto. Y al fin ocurrió, el primer soplo de libertad, la señal de que esto se acaba, la primera salida a la calle que he disfrutado en casi dos meses. Sé que en las últimas entradas de este diario he sido algo ‘monotema’ y que me repito mucho ante mi constante deseo de salir y ver a mis amigos, pero la expectativa de estar con ellos es una de las cosas que han hecho el encierro más fácil para mí. Apenas ha durado una hora y solo hemos andado hasta el parque que hay al lado de la ría y vuelto a casa (eso sí, respetando la distancia de seguridad de dos metros en todo momento). Me ha resultado realmente complicado no correr y abalanzarme sobre ellos al verlos aparecer a lo lejos entre la gente, pero a pesar de la falta de contacto físico ha sido un momento especial. Hemos quedado para volver a pasear mañana, a ver cuánto nos dura la tontería. Por si leéis esto… os quiero, chicos.
Paula Soroeta:
Quizás algunos esperan en el diario de hoy unas líneas explicando cómo ha ido mi paseo, pero no las habrá. Al final no he salido, no hay ninguna razón, simplemente no tenía ganas. Mañana sí que saldré, entonces veremos cómo va todo. Mis aitas sí que han salido. Para mi madre tampoco ha supuesto algo muy novedoso ya que sale todos los días para ir a trabajar, pero mi aita, que lleva encerrado al igual que yo desde el principio, se ha emocionado. Ha ido en bici hasta el monte Igeldo y no ha podido evitar las lágrimas. Esta emoción de mi padre me indica que ya queda menos.
Javier Cuesta:
Hoy he podido salir por primera vez. Ver a los amigos desde la distancia ha sido curioso. Se echa de menos dar un abrazo, aunque no sea yo el mas cariñoso, tras dos meses de confinamiento el cuerpo te lo pide. Desde hoy, ya nada volverá a ser como antes, a partir de aquí todo ira a mejor, es la sensación que tengo. Tal vez estoy demasiado optimista, pero, por hoy, me es suficiente. Antes me costaba imaginar como sería la vuelta a la normalidad, pero ahora, ya me puedo imaginar disfrutando del día en una terraza de Bilbao, como en los viejos tiempos.
Pedro Ontoso:
Por fin ha llegado el gran día. A las siete de la mañana me he asomado a la ventana y se me han quedado los ojos a cuadros. El paseo delante de mi casa era como una romería, como la M-30 de Madrid en hora punta. Ciclistas que se atropellaban en el bidegorri, gente corriendo, gente andando, gente con tablas de surf, gente nadando en la playa. Parecía agosto. Ni me he atrevido a salir. Lo he hecho por la tarde, a las ocho, pensando que la marabunta se había centrado en el primer tramo horario. Craso error. Nada más salir ha llegado una horda de gente desde todos los rincones y eso que yo vivo en una zona algo aislada. Nunca he visto tantos impostores vestidos de deportistas, jadeando, escupiendo y estornudando porque nunca habían corrido hasta ahora y la caja no les daba. Sin guantes, sin mascarillas. En grupos, en corrillos. A la altura del faro de La Galea se ha formado un auténtico embotellamiento con serios riesgos de atropellos. Imagino que en Urgencias habrá habido un buen puñado de atendidos por caídas y torceduras. Creo que ha sido un error mezclar a deportistas con paseantes. Y muy pocos han cumplido las normas. Muchos han estado en la calle más de una hora, se han alejado lo que han querido de sus domicilios y han salido tanto por la mañana como por la tarde. Espero que hayan sido solo las ganas de calle en el primer día. Lo único positivo del paseo es que nos hemos encontrado con bastantes amigos, a los que hemos saludado desde la distancia. Y la maravillosa puesta de sol desde los acantilados de Aixerrota. Mi mujer no había salido desde el 12 de abril, pero en estas condiciones le han dado ganas de volverse a casa. Mañana nos bajaremos a las nueve de la mañana a la playa de Arrigunaga a pasear por la arena, que sufre menos invasión. Eso espero.
César Coca:
Supongo que, como todos, he visto demasiada gente a la hora del paseo y un cumplimiento solo a medias de las normas. Quiero pensar que es el efecto del primer día. Por lo demás, ya he perdido el número de fines de semana de confinamiento. El día ha transcurrido igual a todos, en esta eterna repetición que ya nos anticipó ‘Atrapado en el tiempo’. Lectura (ahora algo más ligero, lo último de Donna Leon), un poco de ejercicio y a última hora, tras el paseo, una adaptación cinematográfica de una obra de teatro de un muy prestigioso autor estadounidense que durante unos años fue el hombre más envidiado del planeta: ‘Muerte de un viajante’ de Arthur Miller. Lo de la envidia no viene por sus muchos éxitos, premios y demás, sino porque estuvo casado con Marilyn Monroe.