Pablo Ariza:
Marijo piensa que no voy a ser capaz de ayudarle con la pequeña huerta que ha montado en el jardín. Ella es mi casera, ya es como de la familia. Hay un pero. Su confianza en mí está por los suelos, aunque cada día va viendo cómo crecen mis dotes culinarias. Pregunto: ¿alguno sabe cuál es la cantidad de aceite óptimo para freír? Siempre echo de más. Y a mi familia la echo de menos. Tampoco entiendo lo que es una pizca de sal. A veces ni echo. Un vaso de agua y medio de arroz, eso sí. Me he despistado, yo quería decir que quizá cuando acabe esta cuarentena quizá ya tenga lechugas y tomates en el jardín. Me presento a un concurso de relatos eróticos. Ya lo he dicho. Dejaré volar la imaginación y lo escribiré en horario de búhos. Como ella.
Karen Pinto:
Estos últimos días parezco una bola de mugre. Así que me baño y me peino para ir a hacer compras y sacar la basura, quizá no lo haría de no ser por los restos de pescado de ayer.
Llego al supermercado y me encuentro con una fila impresionante, como de dos o veinte cuadras, así que busco mi móvil en el bolsillo y, para mi disgusto, me doy cuenta de que no lo traigo conmigo. Solo me queda observar el panorama. En la acera de enfrente, una señora está parada viendo a través de una puerta de cristal y marco de madera. Cabellera de nieve, corte hongo y albornoz rosado, tendrá unos ochenta y tantos años. Me saluda con su mano apoyada en el cristal y moviendo cada uno de sus dedos. Entusiasmada, me aproximo a media distancia, levanto mi mano forrada con un guante de látex verde y respondo a su saludo sonriendo; algo sorprendida, ella reacciona y empieza a mover la mano de lado a lado. Regreso a mi sitio en la fila. Durante los 15 minutos restantes de espera me fijo varias veces y la señora sigue ahí: viendo al infinito, con la mano en la misma posición y haciendo el mismo movimiento con los dedos. Entonces me doy cuenta de que está pasando el rato, y que una ingenua acababa de interrumpir su trance para responder a un saludo que nunca hizo. ¡A quién no le ha pasado! En fin. Entro al supermercado, empiezo a cargar el carrito de compra como si los productos fueran gratis y lo lleno a desbordar, no pienso volver a salir por lo menos en otros siete días.
Cirilo Dávila:
Hoy, dejo en este diario aparcado mi espíritu narrador y retomo mi perfil informativo, que suele ser el más agraciado. El pasado 5 de marzo falleció un vizcaíno de 82 años con un historial de enfermedades crónicas, que se encontraba ingresado en el hospital de Galdakao por una neumonía. Tras no poder concretar el origen de este problema pulmonar, Osakidetza le realizó una prueba para conocer si estaba provocada por el Covid-19. La analítica fue positiva. El hombre murió, en proceso fulminante, apenas unas horas después de conocerse el resultado.
Fue la primera víctima del Covid-19 en Euskadi y la segunda en España. Quince días después, ayer, día de San José, moría una de las sanitarias que le atendió. Encarni, para los amigos. Tiene el triste honor de encabezar la lista de sanitarios que, desgraciadamente, se irán sumando a las necrológicas en esta crisis. Nunca quisiera equivocarme tanto como en este pronóstico, pero es previsible.
Y lo es porque Encarni, junto a varias compañeras suyas, asistieron a esta persona mayor durante varios días. Y lo hicieron en ese ámbito asistencial en el que no hay distancias, ni más protocolos que las convenciones de índole general. Por entonces, a principios de marzo, el coronavirus era un “ser” extraño y que, sobre todo, residía lejos.
Anoche, en Galdakao como en otros muchos sitios, encendimos la linterna de nuestros móviles y una constelación de estrellas llenó el firmamento de nuestra tristeza. Nunca agradeceremos lo suficiente a quienes se están jugando el tipo por nosotros y no sé si tendremos tantas lágrimas para colmar los días que nos esperan. Hay una terapia japonesa, llamada Riu Katsu, que consiste en ver películas tristes y llorar en grupo. Lo nuestro no va desencaminado, con la diferencia de que la realidad suplanta a la ficción. Disculpadme por abrir hoy en canal mi corazón.
Berta Pontes:
Valladolid. Hoy es viernes y parece que el cuerpo sabe que comienza un fin de semana, pero lo que no sabe es que va permanecer en casa, igual que los días anteriores.
Estos días, hacer Skype con mis amigos me ayuda a llevar mejor este encierro pero, aunque abramos latas de cerveza mientras hablamos, echo de menos estar juntos en una terraza viendo pasar las horas. Riéndonos por cualquier bobada o simplemente estar juntos. Creo que partir de ahora no voy a decir que no a ningún plan por muy aburrido que parezca. Esto me está haciendo valorar a la gente y todo lo que nos une. De todo se puede sacar algo bueno. O eso quiero pensar.
Gorka Seco:
El jolgorio y la fiesta que se vivió ayer en los balcones y ventanas de Etxebarri parece haber quedado en poco o nada. Hoy ha sido un día habitual de cuarentena: poco ruido, poca música y solamente se ha elevado el ruido ambiente en el ya habitual y sonoro aplauso de las 8 de la tarde.
Cuando escribo este diario son ya pasadas las diez de la noche y justo después de ver el inicio de un programa de Youtube del que soy espectador habitual, ‘Colgados del aro’. Tras esos primeros minutos de programa se me han esfumado algunos gramos de optimismo.
Uno de los colaboradores habituales, Siro López, tiene a su mujer en el hospital infectada de coronavirus y no ha sido una tarde agradable para él. Al parecer la situación de su mujer ha empeorado. Ayer finalicé mi texto con un “entre todos, podremos”. Pero ojalá podamos sin que el coronavirus se lleve a mucha gente.
Ana Gil:
Llevo todo el curso quejándome de que no tengo tiempo y ahora que gozo de todo el del mundo, no lo puedo compartir con los míos. ¡Qué paradoja! Hoy he vuelto a ver a mis amigos del erasmus, esta vez por Face Time. ‘La dotta, la grassa y la rossa’ cruzaba nuestros caminos hace ya dos años bajo sus dos torres inclinadas. Sería el mejor año de nuestras vidas, sin duda. ¡Qué buen rato, bendito aislamiento social!, pensaba en esa hora y media de reunión a nueve pantallas. ¿Qué hubiese pasado si nos llega a tocar esto en Italia?, comentábamos. Pues no sé, pero quién nos iba a decir que la famiglia di Bologna viviría una pandemia. Ya hemos decidido que cuando el maldito bichito nos deje, nos vamos a la casita de playa de Celia en Cádiz para recuperar las horas de sol. Así que ya saben, disfruten de los suyos con el mejor pijama y pegados a la pantalla mientras piensan en el reencuentro cuando todo acabe.
Pablo Sáenz:
Hoy hablaré de la razón por la que sigo cuerdo. Toda mi salud y estabilidad emocional se la debo, en parte, al piso en el que vivo en Bilbao, concretamente en la Casilla. Es como sentirse en casa. ¿La razón? Las vistas al Monte Pagasarri me recuerdan al pueblo en el que he crecido y a la sierra que peina el horizonte frente a la casa de mis padres. Además, pocos lo saben, pero este piso es un pequeño bunker realzale asentado en pleno Bilbao. El destino, o la suerte, decidió juntar a tres hinchas de la Real (que no se conocían de nada) bajo el mismo techo en territorio enemigo. Las banderas y bufandas txuri urdin que cuelgan por la casa hacen que no eche tanto de menos San Sebastián y Anoeta, mi segundo hogar.
Como novedad, hoy ha venido Ainara, mi compañera de piso. Ha sido como una ráfaga de aire fresco para este confinamiento, sobre todo porque ha traído un par de cervezas para amenizar la noche. Xabi, solo faltas tú, aquí te esperamos.
Franklyn Amaya:
Un día de mucha reflexión, incertidumbre ante lo que puede pasar en el futuro inmediato. Durante horas me he preguntado ¿cuánto más podría durar el confinamiento? ¿cuántas personas más tendrán que morir a causa del virus? y entre estas una que invadió mi mente, mientras veía las noticias en la televisión y daban a conocer el creciente números de contagios que se dan de un día a otro en el país: ¿por qué no se tomaron las medidas de prevención a tiempo? Si tuvimos la oportunidad de observar la situación en China e Italia… Tantas interrogantes que surgían una tras otra. Pienso que quizás sea por la plática que sostuve ayer por la noche con un profesional de la psicología, quien muy amablemente me atendió para una entrevista mediante llamada telefónica, mientras paseaba su perro en un parque.
Laura Tambo:
Empieza la primavera, pero aquí dentro todavía parece invierno. Hoy se ha hecho el día muy laaaaaaaaargo, daba la impresión de que no se iba a acabar nunca. Ojalá me pareciesen así los últimos ‘cinco minutos más’ de por la mañana antes de levantarme de la cama. No de las de ahora, claro, que puedo dormir plácidamente sin que suene el despertador a las siete y media de la mañana. Pero fíjate por dónde, que hasta eso echo de menos.
Ya he aprovechado los primeros días para recuperar las horas de sueño que tenía acumuladas, así que con todo lo que me gusta dormir, no necesito ni siesta. ¡Esto me lo dicen hace dos semanas y no me lo creo!, pero está pasando, y no en sueños. Como el ánimo hoy no estaba para muchos trotes he probado a hacer un batido de frutas, Smoothies lo llaman algunos. Y para ser la primera vez, no me ha quedado nada mal. Aunque la próxima vez pruebo con el chocolate, que dicen que ayuda más.
Luis Ramírez:
Y así fue como me encontré a media mañana desconfiando del jabón. Era la segunda sesión (¿o tercera? Realmente no llevo la cuenta) de nado sincronizado a la que asistían mis manos ese día. Una coreografía que ha ido tomando técnicas prestadas de los gurús de la higiene más relevantes a nivel mundial. Mientras lavaba mis pulgares (ya saben, después de frotar las palmas, el dorso de las manos, también entre los dedos, pero antes de restregar las yemas y las uñas) volví a ver esa botella plástica transparente que me dejaba ver sus entrañas líquidas blanquecinas y pensé: “Aquí estoy, dándolo todo, cantando cumpleaños a la nada (dos veces seguidas), peleando con mi conciencia para no sentirme culpable por el desperdicio de agua, y es probable que este jabón es de esos que solamente perfuman”. De inmediato frené la danza de mis manos y comencé a auscultar esas letras pequeñas de la etiqueta que nadie ve, según yo, esperando encontrar una leyenda que dijera “tranquilo, matamos a todos esos bichitos que te tienen encerrado en tu apartamento desde hace una semana”, pero nada, solo ingredientes que vaya quién a saber qué hacen. Ya con la desesperanza que se siente cuando el aliado se convierte en traidor, me topé con la frase “Protege la piel de las agresiones externas”, un compromiso serio, “vine buscando cobre y encontré oro”, pasó por mi cabeza. Me sentí un poco ofendido porque ese pequeño envase me creyera tan crédulo, pero los hipocondríacos nos creemos cualquier cosa bonita que nos digan. Tras este absurdo episodio, mis manos retomaron sus contorsiones y mi preocupación se movió a otro lugar: ya solo queda media botella de ese jabón líquido capaz de protegerme de las agresiones externas
Iván Benito:
‘El Canto del Loco’ fue uno de los grupos musicales que marcaron mi niñez. A toro pasado,
quizá no deban ser un referente del pop-rock, pero a mí y a mis amigos nunca se nos olvidará el concierto que brindaron en Burgos en 2008. Cuento esto porque hoy, tratando de desconectar y volver 12 años atrás, he escuchado la canción ‘Ya nada volverá a ser como antes’. Reflexiono, construyo una de mis teorías y pienso que tienen razón. Pero tiendo a equivocarme, así que no os desaniméis. En el aplauso de las 8, me he dado cuenta de que ahora mi vecino de arriba es Rodrigo, ¡mi compañero de mesa en 3º de la ESO! El jodido tenía más ganas de hablar hoy que en clase. Como le he dicho, me ha alegrado el día.
Irene Echazarreta:
Logroño. Hoy he querido volver a mi infancia mediante un juego de ordenador que conocí gracias a mi hermana, ‘The Sims’, y que, desde que lo descubrí, comencé a coleccionar. He instalado la última expansión que tengo de esta serie, ‘The Sims 4’, y acto seguido, he creado mi unidad familiar.
Lo mejor de todo es que según he decidido la apariencia física del avatar, el propio videojuego me ha sugerido contestar a un cuestionario breve para configurar también la personalidad. Han sido unas preguntas sencillas y aleatorias, por ejemplo, si estrenaría la ropa nada más comprarla o si preferiría enseñarla primero por las redes sociales.
Perdón, que me estoy enrollando, pero quería poneros en contexto. Una vez he respondido a todas las preguntas, han aparecido tres emoticonos que, en teoría, definen ‘mi historia’. Pues bien, han sido los siguientes: de profesión, trabajadora culinaria -oye, mi padre ya me ha lanzado alguna vez la indirecta de que lo mío también es cocinar-. Y, de habilidades, escritura y pillería – cualquiera diría que este juego me espía-. Me he quedado totalmente sorprendida. ¿Habrá sido casualidad? Lo que está claro es que ha logrado sacarme una gran sonrisa.
Mikel Huerta:
Santurtzi. Seamos sinceros, día poco productivo el de hoy. La cabeza no está para mucho. La incredulidad sobre la situación qwue estamos viviendo y el exceso de información, o como me gusta llamarlo , el exceso de ruido, merodean tanto en mi cabeza que la concentración en otras actividades escasea. Pero, por suerte, el pesimismo que me acompañaba otros días, ha desaparecido. A pesar de que según mis cuentas esto va para largo, los ánimos hasta el momento son buenos y quizás el plan del fin de semana ayuda a mi bienestar.
Y es que hoy a la tarde ha vuelto… el FÚTBOL. O un intento de ello. Ya que a pesar de las caídas de conexión, la sensación, en su justa medida, se aproximaba mucho al inicio de la jornada que si no fuera por el maldito virus, hoy habría comenzado. En su lugar un jugador de cada equipo de LaLiga representa a su club en un torneo benéfico que donará lo recaudado en la lucha contra el Covid19. Mañana tenemos partido. Nos representa Gorka Guruzeta. Yo he quedado con mis amigos para verlo por videollamada con la bufanda y todo. Mañana os cuento a ver si pasamos al domingo, a la fase final. Ya que no nos dejan ganar la Copa, a ver si ganamos el torneo. Además la salud acompaña y que siga así. Mucho ánimo y, ¡Aúpa Athletic!
Fernando González:
Se cumple la primera semana de cuarentena. La verdad es que pensé que sería mucho más duro de lo que ha sido hasta el momento. Este séptimo día fue productivo. Comencé adelantando el Trabajo de fin de Máster, un poco de edición de vídeos y algunos cortes. Para la comida hemos preparado unos pokes de Salmón con verduras que la verdad no es por presumir pero estaban espectaculares.
Y así transcurren los días de este encierro, en ocasiones el tiempo avanza de forma rápida.
Por lo pronto, mañana toca hacer videollamada con mis hermanos mexicanos y sin duda será algo divertido, ellos apenas inician cuarentena por iniciativa propia ya que nuestro presidente sigue esperando que suceda una catástrofe con el virus para tomar una decisión.
Oihane Irazu:
Dia 6 de encierro. Parece que esto no acaba nunca. La verdad que solo pensar que todavía faltan por lo menos dos semanas más aquí… qué horror. Hoy no ha sido mi día, y ya se notan los dias de encierro. Tenía un bonito viaje de una semana con avión, hotel de 5 estrellas y un todo incluido que este virus no me ha dejado disfrutar. Y cada vez que lo pienso… Todo esto empieza ya a pasar factura. Cuando acabe voy a hacer una cuarentena en la calle.
Esto está siendo más horrible psicológicamente de lo que esperaba. Y todavia lo que queda… Repito: qué horror.
Alba Rodríguez:
Deusto. Primera clase virtual a la que asisto y ni siquiera ha sido una de las mías. Mi compañera Elena va regularmente a una escuela de guion (o al menos iba cuando se podía salir a la calle sin miedo a una pandemia) y hoy tenía una charla impartida por Pol Turrents, director de fotografía. Él, desde Barcelona y el público, desde diferentes puntos de Bilbao. No, si al final nos va a venir bien la cuarentena porque nadie tiene problemas de agenda. Yo por lo menos sé que no los tengo.
Los días se estiran, parecen iguales. Como los veranos de la infancia, que ahora casi no puedes distinguir, pero en un sentido feo y agobiante. Las ocho sigue siendo la hora oficial del aplauso. La emoción de los primeros días ha mutado en algo más primitivo, se ha ido de madre. El barrio que creíamos que era muy serio porque estaba lleno de gente mayor y familias con niños se convierte a esta hora mágica en un hervidero de aplausos, música, luces, silbidos y gritos (en los que, para mi sorpresa, yo también participo). En definitiva ruido, mucho ruido.
Pero por primera vez en mi vida no me molesta.
Paula Soroeta:
Me siento una de las protagonistas de una película de ciencia ficción. Aunque ya llevamos poco más de una semana de confinamiento todavía hay veces que no me creo que estemos viviendo esta situación. Jamás imagine vivir algo así, pero sí, esto es real.
Estoy deseando que llegue el momento de salir y ver a mi amoña, a mis amigos y de respirar aire puro.
Ha llegado un momento en el que ni sé ni me importa el día que sea. Parece que esto se ha convertido en una realidad, en nuestra realidad y yo solo quiero que sea un sueño del que quiero despertar ya. Bueno, más bien una pesadilla.
Javier Cuesta:
Inexplicablemente, hoy me he levantado contento. Tal vez por ser viernes, algo que habitualmente mejora mi estado de ánimo, o quién sabe por qué. Tampoco me lo he preguntado mucho, en estos tiempos poco es suficiente para tener un buen día y, de momento, a mí me basta. Lo que más me preocupa es cómo me despertaré mañana o pasado… Sé que los malos días están al caer y que la cuesta va ser más difícil cada día, pero aquí estamos. Todavía.
En este simulacro de viernes he podido tomarme algo con las amigas. No ha sido en ningún bar o casa, evidentemente, sino a través de una pantalla, la de mi tablet más concretamente. Cada uno en su casa, hemos abierto una cerveza y la conversación ha fluido sola. Por un momento las paredes se han derrumbado y casi podía escuchar el barullo de Pozas a mí alrededor. Lo echo de menos. Las echo de menos.
Pedro Ontoso:
Hoy he sentido más cerca el zarpazo del coronavirus. La enfermera que ha muerto tras contagiarse en el hospital de Galdakao era compañera de una buena amiga, también sanitaria en el mismo centro de Osakidetza. Nos hemos intercambiado mensajes de ánimo, pero ella los necesita más que yo. A pesar de que tres familiares (una de mis hijas, uno de mis cuñados y el marido de una sobrina) me han comunicado que entran en un ERTE, esa sigla maldita que ningún trabajador quiere pronunciar. Repercutirá en su salario, justo y merecido, tan necesario para hacer frente a los pagos más inmediatos. Y reforzará su incertidumbre. En momentos como este se aprecia el valor de los trabajadores, pero también la calidad ética de las empresas, que deben responder con generosidad.
Me preocupa, por otras razones, el trabajo de mi sobrino Xabier, en el equipo de una ambulancia. Interviene embutido en un traje como un astronauta, pero todas las precauciones son pocas. Todos los días traslada a alguna persona infectada. Hoy le han emocionado los aplausos que ha recibido desde los balcones en Basauri y en Galdakao.
Leo noticias sobre refugiados y migrantes en tierra de nadie. Me anima a escribir un artículo para la sección de Opinión de EL CORREO sobre la gente atrapada en Moria, en la isla griega de Lesbos, una cárcel a cielo abierto. Nada que ver con la Tierra Media de Tolkien, aunque el campo también es un agujero negro y sus moradores están atrapados en las Tierras Ásperas.
Necesito combatir el pesimismo y evitar los ecos oscuros de fanáticos, intolerantes e insolidarios, como los que la Policía multa debajo de mi casa por quebrantar el confinamiento sin motivo que lo justifique. Llega en mi ayuda mi nieta Laia, que hoy cumple 10 meses ajena a este drama planetario. Su amplia sonrisa en la foto que me manda su madre, mi hija Elisabeth, desde Madrid me reconforta. Y la primavera está a la vuelta de la esquina.
César Coca:
La cifra de muertos en Italia, sobre todo en Bérgamo, me ha dejado con el corazón encogido. Y lo peor es que los agoreros dicen que podemos estar igual aquí en apenas diez o doce días. Sigo confiando en que para entonces el confinamiento haya empezado a notarse en forma de freno a los contagios. En la Redacción de EL CORREO continuamos unos pocos, algunos incluso con guantes y mascarilla, alejados unos de otros, hablándonos a cierta distancia, con algo de prevención. No sé si somos unos inconscientes. Prefiero no pensarlo. Ahora llega el fin de semana, en el que solo saldré para comprar el periódico. Espero que la famosa receta de que no hay pena que persista ante dos horas de buena lectura valga también para el temor a los enemigos invisibles. Dos horas de lectura, más dos de música, más dos de cine resuelven una jornada y sirven para recordar que la vida sigue. Carpe diem.