Javier, al que un pelotazo policial lo dejó lisiado y sobrevive de la limosna de la gente.
Cotizado ingeniero industrial en su época dorada y experto en la industria automotriz, Javier, un lector innato y profundamente perfeccionista, encuentra la felicidad y la supervivencia en las calles. En la salida del metro de Abando con la cabeza agachada, arrodillado sobre cartones y bajo la lluvia le pide a Dios: «soy cristiano evangelista y sé que él me ayuda cuando cree que lo merezco», asegura mientras se fuma un cigarrillo y la gente pasa a su lado dándole una limosna.
De aquel ingeniero solo quedan las historias y los recuerdos de sus grandes trabajos. Hace 15 años le cambió la vida y lo trajo del cielo a la tierra. Ahora, con 54 años e inválido de por vida, vive en las calles y duerme en albergues. «Estoy dañado de las piernas. Hace muchos años en una huelga me pegaron un pelotazo y me afectó los nervios». La polineuropatía periférica es una afección que causa una disminución en la capacidad para moverse o sentir, por eso Javier está de rodillas en las puertas del Corte Inglés.
Siempre agarrado de un paraguas, aunque no llueva, lo utiliza como bastón para apoyarse al caminar. «Sentado me parece que soy más pequeñito que me pisan y de pie paso desapercibido, la gente me tiene que mirar», cuenta Javier mientras mira a los niños con sus padres a la espera del desfile de Reyes.
En la vida de muchas personas la familia es el soporte y motor que los hace continuar, en la vida de Javier ha sido todo lo contrario. «He ayudado a la familia y ahora ellos no quieren saber nada de mí, se avergüenzan de verme». Su madre, la única que lo apoyaba y le daba afecto, falleció la Navidad del año pasado dejando a su hijo solo en las calles. «Cuando muere mi madre muere todo». Su familia lo discrimina por su forma de vida, se avergüenzan de verlo en esa condición, incluso su única hija, de la cual no sabe nada desde que se fue a Venezuela hace más de 5 años.
Con la esperanza de poder recoger un poco más de dinero, todos los días de diciembre, iba a la Gran Vía a tocar los corazones de las personas que le ayudaban con algunos céntimos. Cada día es la oportunidad de conocer gente nueva. A pesar de vivir en las calles se considera una persona feliz, dichoso de conocer personas buenas y con un gran corazón. «Yo quiero que la gente sea feliz, yo soy feliz, ahora me toca hacer esto, esta es mi vida», admite con resignación.
La historia de Javier es una de tantas vidas que se pueden encontrar en Bilbao, sin protección, ni cobijo. En el País Vasco existen recursos para atender a las personas sin hogar, y a pesar de eso hay más de 200 hombres y mujeres que duermen en la calle. La discriminación y exclusión que sufren les produce un trauma psicológico que los afecta aún más. El no tener donde dormir, que comer, estar solo y en la calle es la peor condición que existe para un ser humano. «Quizás me juzguen erróneamente, a mí me gusta leer mucho, no soy ningún vago, la vida me ha traído aquí» expresa Javier con cara de tristeza, al momento de recoger los cartones donde se apoyaba, porque su día de trabajo ha terminado.