El Covid-19 ha ocasionado tres grandes impactos en nuestra sociedad: el económico, el sanitario y el psicológico, el cual se alimenta de los otros dos. Conviviendo con una enfermedad que se ha cobrado la vida de más de dos millones de personas en el mundo, toques de queda y acusadas limitaciones de reunión, y una situación económica catastrófica, lo normal es que la psique de los ciudadanos no funcione como acostumbraba. 

 

El pasado 4 de marzo, el CIS publicó la primera encuesta oficial sobre salud mental en relación a la pandemia. El estudio se basa en 3.000 entrevistas telefónicas, las cuales constituyen una muestra representativa de la sociedad española.

 

Los resultados son alarmantes. Casi uno de cada cuatro españoles ha tenido miedo de morir durante este año y un 70% manifiesta temor a que fallezca un ser querido.  La mitad de los encuestados se siente cansados o con poca energía, el 40% tiene problemas de sueño y un tercio experimenta dolores de cabeza de forma regular. La gravedad de estos problemas es inversamente proporcional al nivel social de los ciudadanos. Esto es, los más afectados son los que constituyen la clase obrera o media-baja mientras que la autodenominada clase alta se ha visto mucho menos afectada. Esto se debe principalmente a la situación económica, la cual afecta más a las clases sociales más vulnerables, así como a las diferencias existentes en las situaciones de confinamiento. No es lo mismo confinarse en soledad en un piso interior de 40 m² y habiendo perdido el empleo hace unas semanas, que en un amplio chalet, sin preocupaciones económicas.

 

Jose Luis Pedreira, uno de los directores del estudio y reconocido profesional en el ámbito de la psiquiatría asevera que el número de psicofármacos que se prescriben ahora es más del doble de los que se recetaban antes de la pandemia. Los más requeridos son los ansiolíticos -se ha triplicado su consumo-, seguidos por los antidepresivos. Según el Consejo General de Colegios Farmacéuticos en los picos de la primera y segunda ola el consumo de estos dos últimos psicofármacos llego a un 15% de la población española. Para calcular este último dato se tienen en cuenta solo los medicamentos obtenidos por receta. Si se contabilizara la automedicación el porcentaje subiría.

 

La enfermedad mental, en concreto la depresión y la ansiedad, llevada al extremo, puede ocasionar la pérdida de la vida. Es el caso del suicidio. La segunda causa de muerte entre jóvenes. Representantes de Aidatu, la asociación Vasca de suicidiología, comentan que esta causa se cobra una media de 200 vidas cada año, sólo en Euskadi. Afirman que hasta bien entrado 2021 no se conocerán datos oficiales de los suicidios en 2020, pero todo indica a que han subido.

 

El empeoramiento de la salud mental es una consecuencia multifactorial de la pandemia, que combina situación laboral, falta de ocio, miedo  a  enfermar, etc. Pero sin lugar a dudas, una de las razones principales es la aparición del un síndrome denominado por los expertos “Hambre de piel”. Este aparece cuando la persona pasa mucho tiempo sin experimentar contacto físico. De hecho, muchos recién nacidos mueren sin causa aparente al no ser tocados durante largos periodos de tiempo. Como mamíferos nuestro equilibro emocional se basa en el contacto. Esto es así porque al tocarnos piel con piel se activa un nervio cerebral llamado “vago”. A medida que la actividad de este nervio se incrementa baja el ritmo cardíaco y el sistema nervioso se ralentiza, ademas, la Oxitocina, hormona encargada de regular el afecto, sube y el Cortisol, la hormona del estrés, baja. El aislamiento social y la distancia de seguridad que se aplica como escudo en la guerra contra el virus, ha aumentado exponencialmente el “Hambre de piel”. Los más afectados son los ancianos, los niños y la gente que antes de la pandemia ya padecía problemas emocionales. Estos grupos vulnerables necesitan más que nadie el contacto y constituyen las víctimas silenciosas del Covid.

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