Francisco, el artista callejero que vende sus obras en las cercanías de Abando desde hace cuatro años
En la esquina entre las calles Navarra y Amistad de Bilbao hay una pequeña galería de arte; la gente nunca se para, nunca mira los cuadros ni repara en el artista. Puede ser porque Francisco, el dueño de esta exposición, tiene cara de pocos amigos; o porque sus obras son complicadas de comprender; o quizás, porque Francisco está en la calle.
Es difícil recordar cuándo llegó a esa esquina; y más aún saber cuándo viene y se va. El tiempo no es un inconveniente, ya que, haga bueno o malo, Francisco monta su «oficina»: una docena y media de cuadros dispuestos en el suelo y apoyados en la persiana de un local cerrado; un cajón para pedir «donativos» o el pago por sus obras; unas cajas que utiliza para pintar y firmar sus cuadros; y una vieja bicicleta. Y así pasa los días desde hace cuatro años.
Casi todas sus obras son pequeños cuadros abstractos representados a través de puntos o machas que forman imágenes reconocibles, como triángulos, círculos o corazones. «En alguna ocasión me han hecho peticiones de retratos o de figuras arquitectónicas o edificios», explica entre calada y calada de un cigarrillo. «Y podría hacerlos, pero a mi esas cosas no me van. A mí me gusta esto y por eso lo hago». Y es que Francisco se considera un artista de los de antes, de los clásicos, que pinta para sí y no se plantea exponerlos ni en galerías ni en redes sociales. «Me han propuesto llevarlos a una sala de exposiciones y ponerlos en Internet y esas cosas, pero no, no quiero, así está bien». No obstante, cada cuadro que vende, más bien, cada fotografía de cada cuadro que vende por 5 euros va firmada y dedicada por él, así junto a la fecha y el título de la obra.
Lo más curioso son los materiales que suele utilizar. Aunque se vean tirados por el suelo de su «oficina» tubos exprimidos de pinturas acrílicas, Francisco confiesa que están todos pintados con esmalte de uñas. Además, lo que parece lienzo o papel, en realidad es algún tipo de plástico grueso. «Vendo fotografías en lugar de los originales porque si no, no cubriría los gastos».
Francisco cuenta que al menos las ventas y los «donativos» le dan para vivir; pero no son los bilbaínos los que más contribuyen a ello. «Hay más cuadros míos rondando por el mundo que por Bilbao. Aquí solo habré vendido unos 300». Al fin y al cabo, la gente del bocho ya no presta atención ni al color ni las formas y mucho menos en quienes les rodean. «Quizás mis cuadros tienen demasiado color y profundidad, y los autóctonos se ha acostumbrado al gris de Bilbao».