Se cumple un año desde el inicio del confinamiento. Hace un año no se sabía nada sobre pandemias. La visión que se tenía era más próxima a un apocalipsis zombie o a cómo las el cine había reflejado las crisis víricas y las grandes catástrofes pandémicas. Eso hizo que la gente asaltase los supermercados en busca de previsiones y papel higiénico como si el fin del mundo estuviera por venir. Por entonces poco se conocía acerca del virus y de su propagación: se transmitía por el aire y era importante tener las manos limpias y las herramientas de prevención eran inexistentes. A lo largo del año han ido saliendo nuevos planes, estrategias y herramientas para protegerse del contagio del virus.

 

A poco de que el virus comenzase a expandirse, las mascarillas y los guantes empezaron a ser solicitados de manera masiva; y su valor aumentó de la misma manera. Como si de oro se tratase, la demanda por hacerse con estos materiales era mucho mayor que la oferta de la que se disponía. Ninguna farmaceútica, fábrica, ni gobierno estaba listo para una pandemia y no se contaban con las medidas necesarias. El precio de las mascarillas se catapultó hasta llegar a precios desmesurados. Sin ellas en las farmacias, empezaron las alternativas. Hubo fábricas que se adaptaron y empezaron a crear mascarillas para cubrir la necesidad. A menor escala, la gente de sus casas también empezó a coser sus máscaras. La escasez de ellas, de guantes y de EPIS para los sanitarios fue el primero de los grandes baches que se tuvieron que saltar para la prevención. Un reto que se hizo todavía mayor cuando el día 19 de mayo, el BOE, hizo obligatorio el uso de las mascarillas para los mayores de seis años en espacios abiertos y cerrados. Algo que no se aplicó en Euskadi hasta el 16 de julio.

 

Pasado un tiempo, cuando se retomó la posibilidad de salir a la calle y cuando todo el mundo tenía mascarillas, las medidas siguieron para adaptarse. En los inicios, para evitar la infección los mensajes gubernamentales y sanitarios recordaban la importancia de una buena higiene y de la constante limpieza de las manos para evitar entrar en contacto con el virus. Al igual que pasaba con las mascarillas, los guantes de látex se agotaron en los primeros meses. Sin embargo, al poco tiempo, la necesidad de guantes disminuyó con la aparición de los geles hidroalcohólicos. En la entrada de los establecimientos, bares y cualquier sitio público se empezaron a poner dispensadores de este tipo de geles para mantener la limpieza.

 

También, a mediados del año pasado, se empezó a escuchar un término que reflejaba que la pandemia iba a suponer un antes y un después en la sociedad: ‘la nueva normalidad’. Solo con el nombre ya se hacía referencia a que la pandemia iba a suponer un punto de inflexión en nuestra forma de vida. Una de las medidas establecidas para prevenir el contagio por el aire, se marcó la distancia de 1.5 metros como la separación óptima entre dos personas para reducir el riesgo de infección. Además, los codos, una parte olvidada hasta ahora de nuestro cuerpo, comenzaron a cobrar una labor protagonista. Para los bostezos, estornudos o tos, la parte interna del codo, era donde teníamos que hacerlo. También, para saludar a cualquier conocido o familiar, era el codo la nueva manera de dar un apretón de manos o un abrazo.

 

Además la prevención fue más allá del ámbito sanitario. El Gobierno también se vio forzado a tener que cerrar las fronteras del país para controlar los movimientos y frenar la posibilidad de la entrada de nuevos contagiados. También las salas culturales y de ocio nocturno se tuvieron que clausurar. Los bares, quienes más aguantaron en un estado de relativa normalidad, también tuvieron que bajar la persiana; aunque fue el último sector sobre el que se aplicó esta restricción. Meses antes de llegar a esa decisión, también se le aplicaron otras medidas como la limitación de personas en las terrazas o la prohibición de fumar en los bares. El momento de exhalación del humo del tabaco era peligroso en caso de que la misma persona tuviera el Covid sin saberlo. También a finales del mes de octubre, se estableció el toque de queda. En un primer momento se estableció a las 23.00 y actualmente a las 22.00. Como si de Cenicienta se tratase, la sociedad empezó a tener que estar pendiente del reloj para volver a casa.

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